lunes, 19 de diciembre de 2011

La muerte de Julio César

El 15 de marzo del año 44 a.C. Julio César había convocado al Senado para discutir sobre unas campañas contra los partos que iban a iniciarse en tan sólo unos días. Allí se iba a encontrar con un grupo de conspiradores, que iban a tratar de asesinarle en la Curia del teatro de Pompeyo, que era el lugar donde se reunía el Senado. Era la última oportunidad de los conspiradores para asesinarle, puesto que en unos días partiría hacia Oriente, y en territorio italiano no contaba con la protección de una escolta.

Al llegar a la Curia, un hombre le dio a César una lista, que incluía el nombre de todos los conspiradores, pero que no tuvo tiempo de leer antes de entrar en la Curia. Entró con el pergamino en la mano, en el momento en que se llevaban a Marco Antonio afuera, con el pretexto de contarle algo de importancia, ya que podría intentar defender a César. Se quedaba de esta forma sólo contra los conspiradores.
 
Fue en ese momento cuando otro de los conjurados se le acercó por detrás a César y le clavó su puñal en la espalda. César se volvió y se defendió clavándole el stilo que llevaba para escribir en el brazo al traidor, pero cayeron sobre él los demás conjurados apuñalándole. César aún tuvo fuerzas para empujarlos, pero los asesinos se lanzaron sobre él, clavándole numerosas puñaladas. Cubierto de heridas, desangrándose, Julio César se irguió con dignidad, se colocó la túnica para que al caer cubriera sus piernas y, siguiendo una milenaria costumbre, se cubrió la cabeza con la toga para no tener que ver el rostro de sus asesinos que volvieron a lanzarse sobre él apuñalándole, hasta que cayó muerto a los pies de la estatua de Pompeyo Magno que presidía la Curia del teatro de Pompeyo.

Cayo Octavio Turino
Nació en el año 63 a.C., el mismo día en que se produce la Conjuración de Catilina. Su familia es original de Velletri, pero él ya nació en la Urbs, posiblemente en una mansión situada en el monte Palatino. Su padre alcanzó la pretura y después fue nombrado gobernador de Macedonia, y su madre era una sobrina del propio Julio César, y por ella entrarán en contacto César y Octavio. Fue el propio César quien se encargó de la educación de Octavio, mostrando gran interés en él, quizás por no tener hijos.

Debido, quizás, al interés que mostró César por el joven Octavio, a la muerte del primero, se descubrió que en el testamento había decidido adoptarle como hijo suyo. Esa adopción, además de reportarle bienes personales, prácticamente le señala como heredero del César en el plano político, algo que no podía hacer de forma directa, debido a que no respetaría sino las normas de la República.
La situación tras la muerte de César

Marco Antonio tenía en ese momento 40 años, y procedía de una familia de destacados políticos, había desempeñado cargos como oficial de caballería en las campañas de Palestina y Egipto, y había combatido como oficial del ejército en la Galia. Fue nombrado cuestor, augur, y tribuno. En el 48 a.C., en la Batalla de Farsalia contra Pompeyo, César le otorga el mando de su ejército. El propio Antonio llevó los asuntos de César en Roma durante su estancia en Egipto. Además, también compartía el consulado en el 44 a.C.: en teoría era el heredero político de César.

Marco Antonio se queda teóricamente en una posición predominante a la muerte de César. Intentó perseguir la paz y el final de la tensión política que se respiraba, al tiempo que intentaba afianzarse como líder de los cesarianos, por encima de Lépido, cuyas tropas habían ocupado el Foro el 16 de marzo. El Senado fue reunido en el templo de Tellus por iniciativa de Marco Antonio al día siguiente, además de conceder una amnistía a todos los conjurados. Para el funeral de César, se decidió que fueran convocados Funerales Públicos, con lo que contentaba así a los partidarios de este. Se atrae también el favor popular al hacer repartos de dinero. Él será el más favorecido a la muerte del César, puesto que se encuentra apoyado por el Senado, además de porque era el principal lugarteniente del propio César.
 
Las cosas se fueron complicando cuando se conoció el testamento del César, el cual daba generosos donativos a la plebe, dejaba legados a gente como Marco Antonio, y nombraba heredero a Octavio. Eso hace que se comience a manifestar un malestar en el pueblo, puesto que había sido César muy generoso con todo el mundo, incluido con sus propios asesinos, a quienes dejaba legados.

En el funeral terminaron explotando los ánimos de la gente. César fue incinerado en el Foro, saltándose de esta forma las normas establecidas. Además, el pueblo fue hasta la casa de los conspiradores, los cuales consiguieron escapar de la ciudad, incluidos Casio y Bruto, que eran pretores y debían pedir permiso a Marco Antonio, el cual se lo concede. Mientras, Marco Antonio intenta aplacar los ánimos de la plebe.

La situación, de ira popular, progresivamente se fue apaciguando, por lo que se llega a una especie de paz en Roma tras el asesinato de César. Por ese motivo Marco Antonio decide partir a la Campania, para allí dedicarse a establecer colonias para los soldados veteranos de César, al sur del Lacio. En esos asentamientos seguramente se dejará gran parte de las finanzas que dejó César, hecho que será muy reclamado por los enemigos de Marco Antonio.

Pero esa situación de paz momentánea que deja Marco Antonio se ve alterada por el joven Octavio, a quien el asesinato del César sorprendió en Apolonia, donde se encontraba preparando la campaña contra los partos, y además estaba así completando su formación militar. Octavio contaba con tan sólo 18 años en el momento del asesinato, partió inmediatamente a Roma. Según las fuentes, desde el primer momento quiere vengar la muerte de César, aunque tardó un tiempo en acometer dicha venganza. Octavio llegó a Roma en los primeros días de mayo, después de detenerse unos días en Italia meridional.

Octavio, quien como parte de la herencia había también adoptado el nombre de su padre adoptivo, denominándose ahora como Cayo Julio César Octaviano, fue el que rompió esa situación de paz momentánea alcanzada por Marco Antonio, puesto que a pesar de los consejos que le dan sus más allegados de renunciar a la herencia y a la adopción de César, este decide aceptar ambas cosas.

Octaviano aceptará por lo tanto la herencia, y será bien acogido por los amigos y partidarios de César, quienes no están contentos con la ambición que está mostrando Marco Antonio. Recibe ese favor, sin duda, también gracias al dinero. Paga a la plebe 300 sestercios por cabeza, que era lo que había estipulado César en su testamento. También otorga un donativo a las legiones establecidas en el sur de Italia, en la Campania, con las que se gana su favor, y con ello recluta un ejército privado, por lo comete una ilegalidad. Dos legiones de la Campania desertan y se pasan al bando de Octavio. También costea Octaviano una serie de juegos en honor de César.

Todas estas actuaciones de Octaviano, hacen que se conviertan en enemigos él y Marco Antonio, pues ambos mantienen una pugna por hacerse con el poder que dejó vacante el fallecimiento de César.
En esos juegos que organiza Octaviano en honor a su padre adoptivo, le favorece la suerte, pues durante la celebración de los mismos, en el cielo se aparece el sidus Iulium, un cometa que es identificado como el alma de César, una divinización. Eso da a la gente la creencia que Octaviano es el hijo de un ser divino. Una vez vista la estrella, esta fue añadida en la frente de la estatua de César en el Templo de Venus.

Batalla de Mutina
Octaviano, que ha ido reuniendo poder desde la muerte de su padre adoptivo, recluta un ejército y participa en el Senado: tiene así poderes militares y políticos. Este hecho se sale del marco legal, e intenta aprovecharlo Marco Antonio para tratar que sea declarado enemigo público. No sólo no lo consigue, sino que además, dos de las seis legiones suyas se unen a Octaviano. Además, Cicerón consigue convencer al Senado para que Octaviano se encuentre amparado en el marco legal.

El primero de enero del año 43 a.C. será cuando el Senado apruebe esas propuestas de Cicerón, con las cuales Octaviano pasará a formar parte del Senado, siendo nombrado Propretor (por edad no podía serlo) y se le facultará para acompañar a los cónsules de ese nuevo año, en calidad de su cargo, para ir a buscar y enfrentarse a Marco Antonio, en la batalla que tendrá lugar en abril de ese año.

El Senado le entregó a Marco Antonio a finales del año 44 a.C. la provincia de la Galia Cisalpina, y este quiso canjearla por el gobierno en la Galia Comata, una provincia que en ese momento se encontraba administrada por uno de los cesaricidas, Décimo Bruto. Con esto Marco Antonio pretendía trasladar desde allí las legiones hacia Macedonia, para tratar de preparar un ataque contra el Imperio de los partos. Pero Bruto se negó a entregar la provincia, por lo que Antonio se dispuso a atacarle a finales del 44 a. C.

Cuando Antonio marchó al norte para disponerse a tomar el mando de la Cisalpina, Bruto se negó a entregársela, amparándose en la amnistía del 17 de marzo, refugiándose en Mutina, ciudad que fue sitiada por Marco Antonio. El Senado no tardó en aprobar la conducta de Décimo Bruto, y Antonio fue declarado hostis rei publícae. Es por esa conducta y por la declaración de enemigo público por lo que Octaviano marcha a la Galia Cisalpina, a enfrentarse a él. A este ejército personal y liderado por Octaviano se le unirán también las fuerzas de los cónsules de ese año 43 a.C., Hircio y Pansa.

Octaviano, en calidad de propretor que era, parte a la Galia Cisalpina al frente de su ejército, para defender a los sitiados de Mutina. A ese ejército se le unieron las fuerzas de los dos cónsules de ese año, Hircio y Pansa.
Pansa se adelantó a sus compañeros y se dirigió al norte de Roma. El 14 de abril Marco Antonio marchó con su cohorte pretoriana, con la II y la XXXV legión, con unidades ligeras y un importante cuerpo de caballería para intentar cortar el paso a Pansa antes de que este se uniese con sus ejércitos a sus aliados. Las tropas de Marco Antonio se encuentran con las de Pansa, en un pueblo llamado Forum Gallorum. Allí las tropas de Pansa son derrotadas y él resultó fallecido en la batalla, pero Marco Antonio fue forzado a retirarse, gracias a la ayuda de refuerzos bajo el mando de Hirtio, las cuales colisionaron con las maltrechas y exhaustas tropas de Marco Antonio.

Tan sólo siete días después de esta primera batalla en la que falleció Pansa, ambos ejércitos se volvieron a encontrar, pero esta vez ya fue en Mutina. Esta vez ya si que estaban las tropas de Octaviano presentes en la batalla. En esta ocasión fue derrotado Marco Antonio, pero en la batalla murió el otro cónsul de ese año, Hirtio, hecho que dejaba a la República sin sus líderes políticos. Marco Antonio consiguió huir de la batalla, no sin dificultades, hacia la Galia Cisalpina. Décimo Bruto también había conseguido huir hacia Macedonia, aunque fue asesinado durante su viaje.
 
Debido a su condición de propretor y a la muerte tanto de Pansa como de Hirtio, obtuvo tras esa batalla el mando de las legiones del Senado. Pero esas muertes de los cónsules levantaron las sospechas del Senado ante la figura de Octaviano, y rechazaron de esa forma la petición del ejército de nombrar cónsul a Octaviano, ante la muerte de los dos que habían sido nombrados ese año. Esa petición es rechazada por el recelo que les crea su figura, y porque son favorables a la causa de los cesaricidas, además de por la edad de Octaviano, pues contaba con tan sólo 19 años en ese momento.

Esto disgustó enormemente a las legiones que estaban al servicio de Octaviano, el cual decidió marchar contra Roma al frente de sus legiones, en agosto de ese mismo año 43 a.C. Octaviano regresaba como general invicto de su batalla de Mutina. En el itinerario a Roma cruzó el Rubicón, tal como hizo César, y da un golpe de Estado. El Senado no tuvo más remedio que elegirle cónsul. Octavio proclama que quien le ha nombrado cónsul era el pueblo y no el Senado. La edad mínima para el consulado era de 24, pero él, en tan sólo un año había alcanzado la máxima magistratura, contando con 19 años.

El 19 de agosto, tras haber cruzado el Rubicón, Octaviano era nombrado cónsul. Además, conseguía la promulgación de una lex curiata que le confirmaba la adopción hacia su persona que incluía César en su testamento, pasando definitivamente a llamarse Cayo Julio César Octaviano. Además de conseguir aprobar esa lex, consiguió también promulgar una ley contra los asesinos de César, revocando de esta forma la amnistía que se les concedió el año anterior. También consiguió que se rehabilitasen a importante miembros cesarianos, como eran Dolabela, Lépido, quien ayudó a Marco Antonio en su huída, y a este mismo. Con estos dos últimos, además, comenzó a mantener negociaciones que terminaron conduciendo a la creación del segundo Triunvirato.

El Segundo Triunvirato

En el mes de noviembre del año 43 a.C. se emite la Lex Titia. A raíz de esa lex se establece la creación del segundo triunvirato . Este triunvirato entre Lépido, Marco Antonio y Octaviano asume que es una magistratura por la Asamblea. Es encargado de ordenar por parte de la República y es confiado este mandato durante los siguientes 5 años, pudiendo ser prorrogable durante otros 5 años más.

A partir de este momento los triunviros tendrán gran importancia en la toma de decisiones, tanto que estas tendrán fuerza de ley. Los triunviros tendrían los máximos poderes del Estado, y la capacidad de nombrar magistrados y decidir sobre la asignación de tierras, además de tener todo el ejército bajo sus ordenes y podían tomar medidas de excepción. Los principales objetivos que estos triunviros tendrán será el de vengarse de los cesaricidas que todavía hayan pagado por su delito, y consolidar sus posiciones de poder.
El territorio que pertenecía a Roma quedaba dividido entre los tres miembros del triunvirato de la siguiente manera: a Marco Antonio se le entrega la Galia Transalpina y la Galia Cisalpina; a Lépido se le hace entrega tanto de la Galia Narbonense como de Hispania; por último a Octaviano se le entrega Cerceña, Sicilia y África.

Con esta división la parte más fuerte del Imperio le era otorgada a Marco Antonio, mientras que la más débil correspondería a Octaviano, puesto que esas islas no tenían ninguna utilidad para una progresión política, por no mencionar que eran aguas que estaban dominadas por Sexto Pompeyo.
Desde ese momento lo que se inicia en el Imperio romano es un periodo de guerra civil, entre los triunviros y la gente que apoyaba a los cesaricidas, especialmente a Marco Junio Bruto y a Casio. Este conflicto surgió cuando aparecieron las listas de los proscritos, las cuales las usaron los triunviros para deshacerse de los peligros políticos que podrían acecharlos, además de amasarse una importante fortuna.

En esas listas se sabe que estuvieron incluidos unos 300 senadores y unos 2.000 équites. Ese periodo que se abre en Roma fue muy sangriento, un periodo en que hay total impunidad para matar a cualquiera de las personas que figuraban en las listas. Todo aquel que mataba a un proscrito recibía una recompensa; los indices eran quienes señalaban al traidor, y los percussores quienes les mataban.
Esto supuso un grave debilitamiento en la elite senatorial, puesto que muchas familias desaparecieron. Estas familias que desaparecían, eran sustituidas en el Senado por otras que eran fieles al nuevo poder, y habitualmente procedían del ejército. Se trata de una auténtica revolución.
Especialmente importante era todo lo sucedido durante ese año para Octaviano, puesto que a raíz del sidu Iulium la figura de César ha sido divinizada definitivamente. La repercusión de todo esto es que él ya no es el hijo de un simple hombre, sino que lo es de un dios. En las monedas comienza a aparecer como Divi filius, lo que quiere decir hijo de un dios.

Batalla de Filipos
Mediante la Lex Pedia que había sido aprobada en el 43 a.C. por el Senado, tanto el gobierno de Marco Junio Bruto como el de Cayo Casio se consideraban ilegales. Por ese motivo, además de por la venganza por ser dos de los cesaridas, parten Marco Antonio y Octaviano en alianza a por ellos, que se encontraban refugiados en Oriente, concretamente en Macedonia. Ellos tenían la ley de su favor en el momento en que se marcharon de Roma, pero no así el favor de la plebe ante el asesinato.
Habiéndose adueñado de las provincias de Siria y Macedonia, tanto Marco Junio Bruto como Casio se apoderaron de los ejércitos con los que estas contaban. Sumaban así a su favor un total de 19 legiones, a las que había que sumar también las auxiliares. Frente a ese ejército, el que consiguieron reunir Marco Antonio y Octavio en su alianza, era aún más numeroso, llegando a contar con hasta 29 legiones, por lo que por tierra tenían una superioridad manifiesta con respecto al ejército rival. A pesar de la inferioridad de las tropas de los cesaricidas por tierra, la batalla va a tener lugar por tierra.

El 3 de octubre del año 42 a.C. comenzó la batalla general. Marco Antonio ordenó una carga contra Casio, cuyo objetivo eran las fortificaciones y las marismas del campamento de este. A su vez, Bruto cargó contra el ejército de Octaviano, pero lo hizo sin esperar la orden de ataque. Esto último le supuso un gran éxito, puesto que las tropas de Octaviano huyeron y fueron perseguidas hasta que llegaron a su campamento, el cual fue capturado por Bruto y sus hombres. Allí fueron capturados numerosos hombres importantes de las legiones de Octaviano, pero no así él mismo, el cual no fue encontrado en su tienda. Se le había ocultado en la marisma.
Al otro lado de la Vía Egnatia, Marco Antonio consiguió asaltar las fortificaciones de Casio, demoliendo la empalizada que la protegía y el foso. No resultó difícil de capturar el campamento, y Casio fue detenido por tan sólo unos pocos hombres. Parte del ejército defensor había intentado avanzar hacia el sur, y al intentar regresar, fueron repelidos por los hombres de Marco Antonio.

En la contienda, cada bando había derrotado y había sido derrotado en una de sus dos ramas, aunque Octaviano había tenido aproximadamente el doble de bajas que Casio. Pero había una situación de desconcierto general, y no podía ser bien valorado el resultado de la batalla, por lo que ninguno de los contendientes sabía bien el destino que habían corrido el resto. Por eso Casio, al subir a una colina y no conseguir ver que era de Bruto, pensó que este había sido aplastado por Octaviano. Ante ello, pidió a su liberto Píndaro que le quitase la vida. Bruto encontró el cuerpo de Casio sin vida y aunque lloró la muerte de su amigo, evito que su entierro fuese público, para no restarle moral a sus ejércitos.

Ese mismo día 3 sucedieron aún más cosas. En el Mar Jónico fueron interceptados refuerzos de los triunviros (dos legiones, otras tropas y suministros dirigidos por Calvino). Fueron interceptadas por la flota republicana. Con esta acción la posición de Marco Antonio y de Octaviano se planteaba preocupante, puesto que su ejército no podría ser abastecido durante mucho tiempo por Macedonia y Tesalia, mientras que Bruto sí que podría recibir suministros por mar. Para tratar de evitar que sus tropas perdieran motivación ante estas adversidades, se les prometió la entrega de pagas extras, tanto a los legionarios como a los centuriones, de forma individualizada.

Por su parte, el ejército rival había perdido a su mejor estratega. Bruto tenía menos experiencia militar que Casio, por lo que trató de ganarse a sus soldados con una paga extra tras la batalla.

Durante las siguientes semanas se fue preparando una segunda batalla en la zona. Marco Antonio fue avanzando con sus hombres hacía el sur, fortificando una colina que había cerca del antiguo campamento de Casio, la cual no había sido vigilada por Bruto. Bruto fue construyendo puestos fortificados por la zona, para evitar ser flanqueado, aunque mantenía una posición defensiva segura. Su plan era evitar un enfrentamiento abierto, pensando que la superioridad naval tenía que agotar al enemigo. Pero para mala fortuna suya, sus oficiales exigieron una batalla abierta.
 
Temiendo deserciones, y sin información de la derrota de Calvino en el Mar Jónico, Bruto se vio obligado a atacar el 23 de octubre, en contra de sus deseos. La batalla fue un cuerpo a cuerpo entre veteranos. Su ataque fue rechazado y los soldados rompieron filas, huyendo de la batalla. Mientras estos huían, y antes de tomar posiciones defensivas y poder reorganizarse, Octaviano tomó su campamento, con lo que su victoria era completa.
 
Bruto se retiró, acompañado de las cuatro legiones que pudo reunir, a una colina próxima. Allí, vio que la rendición era inevitable y que serían capturados. Ante esa situación desesperada, para él y los suyos, optó por suicidarse .

Consecuencias de la batalla
El gran triunfador de la batalla de Filipos fue Marco Antonio, quien además demostró una clemencia similar a la de Julio César, cuando respetó a Bruto, su rival muerto, aunque luego Octaviano le cortase la cabeza. A pesar de la difícil situación en que le dejó Octaviano tras perder su campamento, él arregló la situación y resultó vencedor de la batalla. Esto le dejaba como el triunviro con mayores honores.
 
Los restos que quedaban del ejército republicano fueron reunidos, y prácticamente 14.000 hombres fueron incluidos en el ejército de los triunviros. Unos pocos soldados veteranos permanecieron en Filipos, la cual se convirtió en una colonia romana. El resto, debían ser asentados, tarea que correspondió a Octaviano.

En esa batalla no solamente murieron los dos últimos cesaricidas, sino que también gran parte de sus seguidores y también los ideales de la República. Los prisioneros, en gran parte, fueron ajusticiados sin piedad por los vencedores. Tan sólo un grupo relativamente pequeño de hombres consiguió escapar y unirse a las tropas de Sexto Pompeyo, quien había comenzado a reclutar un ejército y empezaba ya a adueñarse de una parte de las tierras de Occidente. Además tanto el partido senatorial como el republicano fueron aniquilados. No se podría desafiar, de ahora en adelante, al poder del Triunvirato.

Roma tras la batalla de Filipos
Al haber finalizado la guerra contra los cesaricidas, también se produjo un problema, y era que hacer con los veteranos que habían combatido en la batalla. Según la tradición romana, estos debían ser asentados como colonos y dotarles de tierras. La tarea, puesto que Marco Antonio marchó a Oriente a ocuparse de esa región, le correspondió a Octaviano. Para asentar a los veteranos hay que expropiar las tierras a antiguos propietarios. Hasta 18 ciudades fueron afectadas por esa expropiación de tierras , todas ellas en Italia. Con el asentamiento Octaviano afianzó lazos con estos nuevos colonos, los cuales le están agradecidos y muy dispuestos a colaborar con él.

Tras la derrota de estos últimos seguidores de la República, el poder en Roma queda en manos de los triunviros, cuyo acuerdo se mostrará débil. Tan débil se mostró que al año siguiente de la batalla de Filipos, este sistema entró en crisis. En la batalla habían triunfado tanto Marco Antonio, especialmente, como Octaviano, pero no así Lépido, quien se había quedado en Roma durante la batalla y por ello tendrá menos peso político.

La situación en Roma en esos meses posteriores a la batalla de Filipos era muy tensa, llegando casi a provocar una guerra civil, en que todo el mundo estaba enfrentado, con los triunviros a la cabeza. El asentamiento de los veteranos por parte de Octaviano no ayudó a calmar la tensa situación. Con esa mala situación probablemente contase Marco Antonio antes de ir a Oriente, pensando que eso le dejaría a él al poder en solitario, sin tener que apoyarse en ningún aliado para gobernar. Pero Marco Antonio no pudo prever el beneficio que sacaría Octaviano de esos veteranos.

Guerra de Perusia

En ese contexto de inestabilidad política se produjo la Guerra de Perusia, la cual tuvo lugar durante el invierno del año 41 a.C. En esta guerra se enfrentaron Fulvia, mujer de Marco Antonio, y el hermano de este, Lucio Antonio, contra Octaviano. Los primeros querían que Marco Antonio gobernase en solitario Roma, sin compartir con nadie el poder, mientras que el segundo defendía sus poderes. Esta guerra es un acontecimiento muy bien esclarecido, pero que dejó a Roma cerca de una nueva guerra civil.

Fulvia y Lucio Antonio trataron de levantar a toda Italia contra Octaviano, y por ello reclutaron un pequeño ejército de ocho legiones en Italia. Octaviano rápidamente recibió el apoyo de esos veteranos que había asentado en Italia, puesto que si se llegaba a la situación de declarar ilegal la situación de este, la suya sería considerada igual. Mientras a Fulvia y a Lucio Antonio no les apoyaron directamente los lugartenientes de Marco Antonio en la Galia, puesto que prefirieron recibir directamente las órdenes de su superior.

Los sublevados llegaron a establecerse durante un muy breve periodo de tiempo en la capital, Roma, pero pronto hubieron de replegarse hasta Perusia. En ese invierno del 41 a.C. Octaviano asedió dicha ciudad durante bastante tiempo y terminó conquistándola, por rendición de esta causada por el hambre.
Esta guerra terminó con la victoria de Octaviano, pero ninguno de los contendientes murió en la misma. Fulvia murió al año siguiente encontrándose exiliada en Sición, mientras que Lucio Antonio, cónsul en ese año, fue enviado a gobernar una provincia en Hispania.

Marco Antonio volvió a Italia y desembarcó en Brindisi, con un ejército bastante importante. En esa ciudad finalmente se terminó reuniendo con Octaviano, cuando se pensaba que estallaría una nueva guerra y ambos ejércitos los obligaron a reunirse y entenderse, con la mediación de Mecenas, con lo que alcanzan un acuerdo que sellaba una paz provisional entre ellos, el Tratado de Brindisi.

Con este nuevo tratado, Octavio recibe las provincias Occidentales, mientras que Marco Antonio mantiene Oriente, y por su parte a Lépido se le relega a África y a Numidia, pero progresivamente fue siendo relegado por Octaviano. También se acuerda que Italia queda abierta a los tres triunviros para reclutar. Este tratado se firma en noviembre del año 40 a.C. y se sella con el matrimonio de Marco Antonio y de Octavia, hermana de Octaviano, debido a que este recientemente había quedado viudo. En ese acuerdo además, se le encargaba a Octaviano que se encargase de Sexto Pompeyo y a Marco Antonio que llevase a cabo la guerra contra los partos.
El poder del triunviro, aunque solo recaía sobre dos de sus miembros, se mantuvo formalmente por el momento. A Lépido se le encargaría especialmente ocuparse de los aspectos religiosos.

Octaviano, además, asumirá el cargo sacerdotal de augur en ese mismo año, que era un cargo importante en el ámbito militar especialmente, pero aún así el cargo sacerdotal de Pontifex Maximus no lo asumirá hasta que Lépido, quien lo ostentaba, fallezca (no se sabe seguro si a fines del 13 a.C. o inicios del 12 a.C.).

Sexto Pompeyo
Aunque la situación en Italia se había pacificado, todavía sigue existiendo un problema dentro del propio Imperio. Ese motivo de conflicto es un defensor de la causa republicana, Sexto Pompeyo, hijo de Pompeyo el Grande. Sexto Pompeyo representaba un grave problema para los triunviros, puesto que a parte de defender la causa republicana, domina prácticamente la flota romana, dominando con ello las aguas de todo el Mediterráneo Occidental. Ese dominio de la flota podía llegar a ser muy preocupante a Roma, puesto que podía bloquear todo el abastecimiento de la ciudad, con lo que podría provocar revueltas en la capital.

Sabiéndose aún inferior a Sexto Pompeyo en un posible enfrentamiento, Octaviano y Marco Antonio, en común acuerdo, consiguen llegar a un acuerdo con él en el año 39. Es el Tratado de Miseno, y en él se le conceden poderes a Sexto, dándole incluso un consulado. Se le conceden los territorios de Sicilia, Cerdeña, Córcega y Acaya. Todo ello a cambio de renunciar a usar la flota que pueda agredir al Imperio, acabar con sus prácticas piráticas y abastecer a Roma de grano. Se le permite con ese tratado incluso que algunos de los seguidores de su padre puedan regresar a Roma.
Este acuerdo entre ambas partes se produce en gran parte por el interés de Marco Antonio por alcanzar la paz, puesto que desea iniciar una invasión del imperio parto, y podría así contar con las tropas que ejercían la resistencia frente a Sexto Pompeyo en Sicilia. En virtud también de este pacto, Octaviano contraerá matrimonio con Livia Drusilla, que era hija de senadores, lo que a Octaviano le reporta importantes relaciones con otras familias romanas.

Pero esta paz momentánea duró muy poco tiempo. En el año 37 a.C. Octaviano decide poner fin al problema de Sexto Pompeyo, y lo intenta hacer haciendo uso de sus propios medios. Sufre un importante revés en la lucha Octaviano, en Messina. Octaviano, muy a su pesar, pide ayuda a Marco Antonio para acabar con el problema. Decide hacer esa petición en base al Tratado de Brindisi y porque Marco Antonio si contaba con medios para derrotarle, mientras que él no había podido hacerlo. El acuerdo se cierra con la cesión de hombres para Marco Antonio en su campaña cuando los necesite, y con la cesión en ese momento de 120 barcos para esta batalla.
Nuevamente vuelven a enfrentarse Sexto Pompeyo y Octaviano, en el mes de agosto del año 36 a.C. y de nuevo vuelve a ser derrotado Octaviano, en Milazzo. Tan sólo un mes después tiene lugar la batalla de Nauloco, lugar en donde el comandante Marco Agripa consigue a Sexto Pompeyo, aunque no le mata. Consigue huir a Oriente, sin apoyos, y finalmente es capturado en Mileto un año después, por un hombre de Marco Antonio, Titio, y es ejecutado sin un juicio al que tenía derecho por ser ciudadano romano. Su muerte por lo tanto es un acto ilegal y que será usado por la propaganda de Octaviano en contra de Marco Antonio cuando se dé su lucha política.

Octaviano se plantea que hacer con los esclavos de Sexto Pompeyo, que eran unos 30.000. En gran parte, estos son devueltos a sus dueños, para que los castigasen, lo que sirve para lavar su imagen. Y los que no fueron devueltos, unos 6000, fueron crucificados, lo que sirvió de advertencia para futuras ocasiones.

Aprovechando la tesitura, Octaviano destierra a Lépido, tras una serie de medidas políticas poco acertadas. Por lo tanto, a partir de este momento ya no queda nadie más en la lucha por el poder. Todos los enemigos de Roma han muerto, y Lépido, quien no ha muerto y ocupaba uno de los puestos del triunvirato, ha sido desterrado.
Octaviano regresa victorioso a Roma. Puesto que en Roma no se puede celebrar un triunfo en el contexto de una guerra civil, sólo sobre extranjeros, el Senado decide decretar unos honores que puedan aproximarse a los del triunfo. De esta forma le conceden el honor de la ovatio . También se le conceden estatuas, la corona de laurel, un arco, un banquete en el templo de Júpiter… También a Agripa se le conceden honores, como es la concesión de una corona de laurel con espolones de las embarcaciones
En el año 36 a.C., Octaviano acumula aún mayor poder. Obtiene la Potestas del Tribuno de la Plebe, mediante la cual podía convocar al Senado y a las Asambleas Populares. Al tiempo también asumía la Sacrosanctitas, que era la inviolabilidad del Tribuno de la Plebe, la cual también extendió a su mujer y a su hermana.

Guerra contra los Partos
Marco Antonio llevaba ya bastante tiempo queriendo realizar una campaña contra los enemigos partos, quines estaban reuniendo mucho poder, puesto que se estaban acercando peligrosamente a las fronteras romanas, ocupando incluso Jerusalén. Pero por circunstancias, todavía no había podido acometer dicha campaña. Marchó a Egipto tras quedar en solitario con el poder con Octaviano, para acometer sus tareas en Oriente, y allí hizo llamar a Cleopatra , quien era reina de Egipto y había sido amante suya años atrás.

Para acometer la guerra contra los partos, Marco Antonio no pretende llevar a cabo su ataque directamente por Mesopotamia, sino que pretende lanzarlo desde Armenia y siguiendo por el Éufrates, para así poder contar con la ayuda que podría prestarle el rey Artavasdes de Armenia. Contaba para esta guerra con una gran cantidad de hombres, y su intención, aparte de derrotar al enemigo, era recuperar las insignias perdidas por Craso.

Marco Antonio cometió varios errores importantes. No dejó guarniciones en territorio armenio, lo que hizo que Artavasdes cambiase de bando en medio de la batalla. También abandonó maquinaria de asalto, para aligerar así el paso de sus hombres al avanzar. Además los jinetes partos le cortaron la línea de suministros. Ante todos esos inconvenientes, Marco Antonio decide regresar a Siria, a través de Armenia, en pleno invierno. En dicha retirada, más la batalla, Marco Antonio sufrió unas 30.000 bajas, lo que suponía aproximadamente la cuarta parte de sus hombres, muchos de ellos, veteranos.

Regresa, por lo tanto, con una derrota humillante. Pierde así su prestigio como militar. Debido a la derrota, Marco Antonio, basándose en el Tratado de Brindisi, pide a Octaviano que le enviase los hombres que le prometió. Ante esta situación que se le está dando, Octaviano aprovechó para poner a su rival político en una situación muy comprometida: le devuelve la mitad de la flota que le había prestado contra Sexto Pompeyo, flota que era inútil en la campaña contra los partos, y le envía tan sólo 2.000 hombres de los 20.000 que le había prometido en ese Tratado, además de decidir enviar a Egipto a su hermana Octavia, esposa de Marco Antonio. La situación a la que entonces somete Octaviano a Marco Antonio es compleja, puesto que si acogía a Octavia, dejaría de contar con el apoyo económico de Cleopatra, con quien tenía hijos y era su amante.

Según entendió Marco Antonio, la intención de Octaviano era la de crear un nuevo conflicto civil, por lo que no devolvió los escasos hombres que le habían enviado, pero la decisión que adoptó con respecto a su mujer fue salomónica, optó por devolverla a Roma. Esta decisión fue muy aprovechada por Octaviano, quien usó esto como propaganda en contra de Marco Antonio, acusándole de rechazar a su mujer legítima, una mujer que era romana, a favor de una simple amante, quien para más inri, era oriental. Esta decisión adoptada por Marco Antonio de repudiar a su mujer, le dejó sin seguidores en Roma.

De todas las acusaciones que pudo lanzar Octaviano contra Marco Antonio, quizás esta última sobre su comportamiento con una mujer romana a favor de una mujer que era oriental, era probablemente la más grave de todas, puesto que estaba alejándose de las costumbres romanas y se dejaba caer de esta forma en las costumbres orientales, algo muy grave para el pueblo romano.

Guerra Civil en Roma

Tras reponerse de la derrota contra los partos, Marco Antonio invadió Armenia, como venganza por la deslealtad de Artavasdes, capturando a dicho rey y anexionándose su territorio. Volvió a Alejandría y allí realizó una parodia del triunfo, siendo una burla de la celebración militar romana. Cuando terminó la celebración, toda la ciudad fue convocada para escuchar la declaración política que tenía que hacer: Marco Antonio declaró que declaraba disuelta la alianza que le unía a Octaviano.
Además, según hizo saber un tránsfuga de Marco Antonio, Numancio Plarco, dando a conocer el testamento de este, en él declaraba que quería ser enterrado en Alejandría a su muerte, junto con su esposa Cleopatra (se había casado en el 36 sin divorciarse de Octavia, acto ilegal en Roma). Además sus hijos reinarían sobre determinados territorios: Cleopatra y Cesarión (hijo de César) gobernarían sobre Chipre y Cilicia, Armenia le correspondería a Alejandro, Fenicia a Ptolomeo y la Cirenaica a Cleopatra Selene. También le otorgaría el título de Reina de Reyes y Reina de Egipto a Cleopatra. Pero lo más grave para Octaviano fue que nombrase a Cesarión como verdadero hijo de César y como su heredero. Estas fueron conocidas como las Donaciones de Alejandría, que fueron la causa de la ruptura definitiva con Roma.

Ese nombramiento de Cesarión como hijo legítimo de César y como su heredero, no fue bien recibido por Octaviano, cuyo poder se basaba en que era considerado como el heredero de César por adopción, lo que le generaba la lealtad de las legiones y el apoyo de la plebe. No podía permitir que todo su poder fuese puesto en entre dicho por un simple niño, hijo de una relación de César con la mujer más rica del Imperio, Cleopatra. Estas donaciones también causaron una gran conmoción en la opinión pública, provocando rumores acerca de que Marco Antonio pretendía realizar una traslatium imperi, es decir, trasladar la capitalidad del Imperio de Roma a Alejandría.

Por su parte Octaviano se dedicó a intentar reforzar su popularidad en la plebe romana. Octaviano, en contra de la acción de Marco Antonio de querer ser enterrado en Alejandría, además de por el testamento, va a iniciar en Roma, en el Campo de Marte, la construcción de su sepultura, a pesar de que aún es joven y no tenía necesidad de construirse su propia tumba.

En estas circunstancias, cuando el triunvirato iba a expirar, el último día del año 33 a.C., este no fue renovado, puesto que otra guerra civil estaba a punto de producirse en Roma, entre Octaviano y Marco Antonio.
Durante el año siguiente a que expirase el triunvirato hubo una auténtica guerra propagandística en la política romana, con acusaciones por ambos bandos. Marco Antonio anunció su divorcio desde Egipto de Octavia, y acusó al hermano de esta de usurpar el poder. Este por su parte le acusó de traición, además de controlar ilegalmente provincias que debían ser asignadas a otros cargos y de iniciar guerras contra otras naciones sin contar con el consentimiento del Senado. También Marco Antonio fue señalado como responsable de la ejecución de Sexto Pompeyo, por ser ejecutado sin juicio pese a ser ciudadano romano. Por todo ello, Marco Antonio será declarado enemigo público de Roma en el año 32 a.C., despojándole de todos sus poderes y declarando el Senado la guerra a Cleopatra, puesto que no podía ser declarada a un ciudadano romano.

La guerra comenzó finalmente en el año 31 a.C. Agripa, como comandante a las órdenes de Octaviano, consiguió hacerse con el control de la ciudad y del puerto griego de Metone, un lugar muy importante, que hasta ese momento había sido fiel a Marco Antonio. Se aseguraba así Octaviano un importante puerto en el Peloponeso, que amenazaba así las intenciones de Marco Antonio por controlar la Vía Egnatia. Con la popularidad que habían obtenido tanto Octaviano como sus legiones, hizo que tanto la Cirenaica como Grecia se pasasen a su bando.
 
La situación de Marco Antonio se hace cada vez más compleja. Tiene que luchar contra todo tipo de deserciones hacia el bando de Octaviano y también contra las deserciones de los senadores de Roma . El bloqueo al que sometió Octaviano a Marco Antonio, le obligó a este último a entrar en combate en el mar.

Batalla del Actium
El enfrentamiento final entre Marco Antonio y Octaviano tuvo lugar en el norte de Grecia, en el año 31 a.C., el 2 de septiembre. Actium es una batalla naval, y quien asume el protagonismo en el ejército de Octaviano es Agripa, de nuevo. Ordena la construcción de embarcaciones pequeñas pero numerosas. Dicho enfrentamiento se declara oficialmente siguiendo las tradiciones religiosas romanas. Ambos se presentan como la representación de un dios: Octavio lo hace como Apolo y Marco Antonio como Dioniso (siguiendo la tradición oriental). Será por lo tanto, una batalla entre dioses.

De la batalla no se conocen bien los detalles, pero si se conoce el resultado. La flota de Marco Antonio estaba dividida en cuatro escuadras, con las velas a bordo, listas para la lucha. En la escuadra de Cleopatra estarían incluidos el resto de los barcos mercantes, junto con el tesoro y los bienes. Esta escuadra permaneció en la retaguardia, sin aparentemente prestar batalla. El grueso de los legionarios y arqueros de las naves de Marco Antonio se dividieron entre las otras tres escuadras.
 
Agripa por su parte, embarcó el doble de soldados (unos 40.000), y tomó una posición con la que intentaba tentar a Marco Antonio a salir a mar abierto. Sin embargo, éste intentó provocar un combate cerca de la costa, donde no era posible que su flota fuera rodeada por la del enemigo. De esta forma se llegaba a un estancamiento.
 
Alrededor del medio día, las naves de Marco Antonio, grandes y lentas, dirigidas por el cónsul Sosio, fueron derrotadas por las naves de Agripa, que eran más pequeñas y maniobrables y con un superior armamento. Ante esa situación, las naves de Cleopatra, en vez de luchar, huyeron. Cleopatra fue seguida en su huída por Marco Antonio, hecho que pasó inadvertido para sus ejércitos, que hasta varias horas más tarde no se dieron cuenta de su abandono y se rindieron ante la flota de Agripa. Se pactaron las capitulaciones del ejército de Marco Antonio con Octaviano, de cara al futuro.

Final de Marco Antonio y Cleopatra
Tras la huida de Marco Antonio y Cleopatra, y la escasa persecución a la que les sometió Octaviano a ambos durante un tiempo, los dos primeros deciden organizar la resistencia en Egipto, donde Cleopatra era reina. Pero Octaviano, que estaba próximo a obtener el poder absoluto, no tenía la intención de dejarles tranquilos. A finales de julio del 30 a.C., siendo asistido por Agripa, invade Egipto.

Marco Antonio trató de hacer frente a esta invasión con las once legiones que le quedaban, pero éstas el 1 de agosto, tras tan sólo un día de resistencia desertan. Eso deja solo a Marco Antonio, quien cree que Cleopatra se ha suicidado, por lo que piensa hacer lo propio. Encarga a un siervo que le clave la espada, pero este no lo hace, y tendrá que quitarse la vida él mismo. La mala suerte quiere que no encuentre la muerte de forma inmediata, y tenga así tiempo para, malherido, morir en brazos de su amante Cleopatra.

Cleopatra que iba a ser llevaba a desfilar a Roma en el triunfo de Octaviano, no puede aceptar tal deshonra y también se suicida, ella mediante la muerte por mordedura de áspid, evitando de esta forma ser exhibida en el triunfo. Los dos principales enemigos que quedaban a Octaviano ya habían muerto, y este gozó de una clemencia similar a la que tenía el César, por lo que decide perdonar a casi todos los últimos aliados que tuvo Marco Antonio. Una de las pocas víctimas de la represalia es Cesarión, aunque los gemelos Alejandro Helios (Sol) y Cleopatra Selene (Luna), y Ptolomeo son llevados a Roma, y de los varones no se vuelve a tener noticia.

Fin de la República
Octaviano añade tras su victoria una nueva provincia a Roma, la cual era muy rica. También se hizo con el tesoro de los Ptolomeos, del botín de guerra y este lo reparte entre sus militares y sus seguidores. En el mes de agosto del año 29 a.C. celebra un triunfo, el cual cerraba el periodo de guerras civiles, que comenzaron en el año 49 a.C. cuando César cruzó el Rubicón. El triunfo será muy importante, triple, sobre el Ilírico, el Actium y sobre Alejandría. Por eso la celebración duró tres días. A partir del año 29 una de las prioridades de Octaviano es el conseguir la paz, la Pax Augusta.

Tras la derrota de su rival político, Octaviano estaba en condiciones de gobernar por sí solo la República, en virtud de un principado no oficial, pero debía aparentar que apoyaba y respetaba las tradiciones republicanas de Roma, para tratar de demostrar que su objetivo no era una dictadura o una monarquía. Tras marchar a Roma, tanto Octaviano como Agripa fueron elegidos cónsules por el Senado. A partir de ahora el objetivo de Octaviano fue el de devolver la estabilidad a Roma, al igual que la legalidad tradicional.
 
En el año 27 a.C. Octaviano devolvía al Senado el poder, renunciando al control de las provincias romanas y al de sus ejércitos. Poco después, el Senado le propuso a él que asumiera de nuevo el control de las provincias, un imperium proconsular. Fue aceptado, aparentemente, a regañadientes, un control de las provincias durante los siguientes 10 años. Esas provincias pertenecerían en gran parte a territorio romano conquistado, e incluiría el control por su parte de la mayor parte de las legiones romanas.

Octaviano se convirtió en la figura política más importante de Roma y de la mayoría de provincias. El Senado todavía controlaba varias provincias, y sobre todo, el grano del Imperio. Sin embargo el Senado controlaba muchas menos legiones que Octaviano, lo que no suponía ningún tipo de amenaza militar ni política hacía Octaviano, pero que el Senado controlase esas provincias y esas legiones le ayudaba a mantener la apariencia de una República.

En enero del año 27 a.C., además, el Senado otorgó a Octaviano los títulos recién creados de Augustus y Princeps. El primero era un título más religioso que político, y el segundo se refería a su posición preeminente en el conjunto de los ciudadanos, donde era uno más, pero el primero de todos. También se auto denominó como Imperator Caesar divi filius, con el que recalcaba su parentesco con el divino César.
 
También tuvo el derecho de colgar la corona cívica de roble encima de su puerta y de colocar laureles sobre sus jambas. La corona era usada habitualmente por un general sobre su cabeza durante un triunfo. Pero también rehuyó símbolos de poder como era el uso del cetro, la diadema o la toga púrpura que usaba Julio César.
 
En el año 27 a.C., por lo tanto, se establece un nuevo régimen: el Principado, mezcla de un régimen monárquico con una fachada institucional republicana.

lunes, 7 de noviembre de 2011

El silencio del Vaticano. Los Aliados

Está probado que nadie en Europa, incluida probablemente la mayoría del pueblo alemán, no valoró plenamente el abominable crimen de genociio que, con los judíos, alcanzaba a los gitanos y a los eslavos. Tal crimen no solo tenía precedentes y parecía imposible e increíble en el Siglo XX. Solo después de la guerra fueron descubiertas en amplitud desmesurada las dimensiones del drama. De golpe, a posteriori, ganaba todo su sentido la lucha contra el nazismo, quedaba justificada e incluso sacralizada. Al propio tiempo se hizo perceptible la debilidad de las reacciones de los países libres. En particular la falta de toda condena formal y pública por parte del Vaticano suscitó en unos una vehemente indignación y en otros una dolorosa sorpresa. Y, sin embargo, la Santa Sede había recibido, más que nadie, informaciones que no daban lugar a dudas: había sido alertada por polacos, ingleses, americanos y ... brasileños, y también por el Arzobispado de Belgrado, sin olvidar las informaciones que podía recibir directamente o por los italianos. Su silencio era más enojos porque la Iglesia estaba entonces en plena personificación del poder pontificio. Si la palabra del Papa es la fe y la ley, ¿qué decir de su silencio?

Sobre este punto, Pio XII estaba más atrás que su predecesor que, con la encíclica Mit Brennender Sorge, había condenado la violación de los acuerdos entre el Vaticano y el Reich, pero sin que esta condenación se extendiese al régimen nazi. El comportamiento del Cardenal Pacelli, convertido en Papa, estaba afectado de un coeficiente personal: nació en Alemania, había sido el artífice del Concordato con el III Reich; se había traido de Alemania a sus allegados domésticos y varios consejeros, lo que M. Nobecourt ha llamado la "germanocracia del Vaticano". Convertido en Secretario de Estado, con frecuencia había manifestado su predilección por el pueblo alemán, y había que leer entre líneas para percibir entre el pueblo y el régimen.

Además, cuando estalla la guerra, el Papa se conduce menos como la más elevada autoridad moral de Europa, que como jefe de un Estado que afirma su neutralidad, intentando guardar un equilibrio entre los dos bloques. O más bien con una inclinación hacía el Eje, que acaso imponía la mayoría italiana de los cardenales y el hecho de ser el Vaticano un enclave en territorio de la Italia fascista. En vísperas de la guerra, para preservar la paz, el Papa presiona a Polonia, el Estado más débil. A continuación no condenó los bombardeos de las ciudades inglesas, como tampoco la agresión contra Grecia y Yugoslavia; reconoció al gobierno de Eslovaquia, pero no al de Benes en el exilio; recibió a Pavelic, el asesino de los serbios. Es cierto que, en contrapartida, el Vaticano, de lejos, había favorecido el contacto entre alemanes antinazis y los ingleses; se había esforzado para que Italia no entrase en guerra; había evocado la resurección de la Polonia vencida y rehusado cualquier carácter de cruzada al ataque contra la URSS.

Tampoco se mantenía totalmente inactivo y silencioso. Una larga circular a los nuncios en febrero de 1941 señala los ataques contra la Iglesia en la Europa germanizada; el Papa prodigó los esfuerzos para salvar a los sacerdotes católicos deportados en Dachau; numerosas personas amenzadas , judíos incluidos, hallaron un asilo en el Vaticano o en las comunidades religioesas de Italia (por otra parte, igual asilo fue concedido a notables nazis o colaboradores, después de la derrota de Alemania). Esas intervenciones, siempre prudentes, se referían sólo a problemas estrcitamente religiosos y cuando eran en favor de judíos era porque éstos se habían convertido. Pero sobre las matanzas de judíos, rusos o serbios, nada se dijo nunca públicamente. En privado, el Papa se ha referido con frecuencia a su "aflicción", pero en público, deliberadamente, calla. Como mínimo esto era hacer pasar la defensa de los intereses de la Iglesia por delante de los más elementales princípios de humanidad, fundamento del Cristianismo.

Acerca de las razones de este silencio, tenemos que reducirnos a las hipótesis. En primer lugar, se puede constatar la falta total de ecumenismo en ese momento: las víctimas son sobre todo judíos y ortodoxos, o sea deicidas y disidentes rechazados por la Iglesia. Actuaba también el precendete de la neutralidad total de la Santa Sede durante el primer conflicto mundial, aún más rigurosa que en el segundo. En suma, el Papa era prisionero de una doctrina y de una larga prácitca - que no había existido siempre- que le impedía el intervenir en los asuntos de un Estado, que le obligaba, en cierta manera, a "dejar al César lo que es del César". ¿Pero no era el Cristianismo, por sus orígenes, la religión de los débiles, de los desgraciados y de las víctimas?

También puede ser tomado en consideración un cálculo de oportunidad o de probabilidad. Tomar partido contra Hitler, ¿no era arriesgarse a provocar su cólera y agravar la suerte de los que se quería salvar? Pero no se ve qué podían ver como peor los judíos. Sobre un tal "monstruo frío" de la política, ¿Cómo pesaría una intervención, despojada de toda sanción a una autoridad puramente moral? Acaso los 30 millones de católicos alemanes tendrían que sufrir las iras de Hitler si se mostraban buenos papistas y malos alemanes, o incluso se podía temer un cisma. En suma, el Papa estaba encerrado en un dilema: hablar sin tener la seguridad de detener el crimen y con el riesgo de agravarlo; o no hablar y cubrir los crimenes, o incluso, parecer que los absolvía inorándolos. Pío XII escogió el silencio.

Probablemente otra razón pesó más: el temor al bolchevismo ateo. Ya Pío XI, en la encíclica Divini redemptoris, había condenado sin equívoco al comunismo, en el mismo momento en que sólo arañaba al nazismo. Su sucesor no podía más que horrorizarse ante el provenir que prometía a la Iglesia una victoria de la URSS, empezando por la promoción al poder del Partido Comunista en la propia Italia. Entre dos males, igualmente temidos, el santo Padre escogía el menor. Pero ese conservadurismo anacrónico le colocaba en una posición de aislamiento respecto al mundo que se estaba gestando en la guerra, empezando por el desvío de la resistencia.

Lo que hay que añadir es que el Vaticano no fue sólo en mantenerse inactivo. La Cruz Roja Internacional no penetró en los campos de concentración más que in extremis, salvando únicamente a algunos supervivientes. Respecto a los Aliados, es verdad que, por radio, multiplicaron las amenazas; decidieron que después de la victoria serían juzgados los rciminales de guerra; en abril de 1943 tuvo lugar en las Bermudas una conferencia Anglo-americana para salvar las víctimas de la guerra. Pero cuando hubieses sido necesario pasar a la acción, el temor de disgustar a los árabes, el deseo de no proporcionar dinero o material a países ocupados por Alemania, las dificultades para albergar las víctimas, llevaron a la inacción. Puede ser citada una excepción: en 1944, varias decenas de millares de judíos fueron salvados en los Balcanes por un comité americano.

De esta forma murieron siete u ocho millones de víctimas inocentes ante el silencio de los unos y la inacción de los otros.


-MICHEL, Henri (1990); La II Guerra Mundial. Tomo I, los éxitos del Eje, Akal, Madrid

jueves, 27 de octubre de 2011

El Anglicanismo

El inicio del anglicanismo solemos asociarlo al rey inglés, Enrique VIII. Inglaterra evolucionó desde el cisma disciplinar que había en el año 1534 hasta la afirmación plena de un modo particular de la iglesia protestante, en el año 1559. Esa evolución se produjo de una forma bastante lenta, que fue evolucionando durante un cuarto de siglo. Los problemas sucesorios y las alianzas diplomáticas de sus reyes forzaron los cambios a favor de un sentido o de otro, impuestos desde arriba y siempre contando con el apoyo del Parlamento.

La Reforma de Inglaterra en la Religión se origina y se perfila desde Enrique VIII hasta la reina Isabel I, a golpe de leyes, pero siempre a tenor de la voluntad real y como consecuencia de un poder absoluto incontestado.

A diferencia de lo acontecido con las reformas luteranas, zwingliana y calvinista, iniciadas y protagonizadas por reformadores, que logran comprometer en un segundo momento a los poderes públicos, en Inglaterra será el propio poder político (Rey, Consejo y Parlamento) el que desencadene la ruptura con el pontificado.

El Anglicanismo, en sus orígenes, debe vincularse a factores políticos, más que a influencias luteranas. El luteranismo hizo acto de presencia en círculos como el de Cambridge, pero no fue tan importante. Enrique VIII era un batallador en contra del luteranismo, y como muestra, el Papa León X le había otorgado el título de Defensor Fidei por la respuesta que diera el rey a la luterana Cautividad Babilónica. Enrique VIII no fue anticatólico, y si muy antiluterano, a pesar de una breve época de vacilaciones, provocada por intereses internacionales.

La aspiración a una reforma de la Iglesia es tan fuerte en Inglaterra como en el continente. A principios del siglo XVI se constatan en este país los mismos abusos (acumulación, absentismo, mediocridad pastoral, exclaustración de los religiosos), la misma piedad popular y las mismas exigencias de los medios intelectuales. Pero a ellos hay que añadir la riqueza de la Iglesia, las quejas contra las exacciones financieras de la Curia, el papel de la monarquía en la elección de prelados y la confusión entre lo temporal y lo espiritual (el cardenal Wolsey es arzobispo de York, canciller del reino, Primer ministro y legado pontificio). Por otra parte, el recuerdo de las doctrinas heréticas de John Wycliff (muerto en 1384) había sido conservado en el interior de pequeños grupos. Finalmente, Inglaterra, a finales del siglo XV, ve la constitución de una escuela humanista en torno a Linacre, John Colet y Tomás Moro. Oxford se convierte en un centro de reflexión sobre las Escrituras, sobre la necesidad de transmitir íntegramente su mensaje desembarazándolas de escorias seculares y sobre la voluntad de simplificar las reglas para volver a encontrar el espíritu evangélico. Pero aquí, igual que en otras partes, la influencia de este humanismo cristiano queda limitada a los intelectuales.

martes, 25 de octubre de 2011

Las mujeres de Enrique VIII

Enrique VIII estaba casado con Catalina de Aragón desde su acceso al trono inglés, en 1509. Como Catalina, en 1525 no había conseguido dejar descendencia masculina al rey Enrique VIII, este decidió abrir un proceso de nulidad de matrimonio (lo que llevaría a la separación anglicana con la Iglesia de Roma, que se explicará tanto en el trabajo como en algún post de este blog), para conseguir un descendiente varón que sí asegurase el subirse al trono, puesto que por aquel entonces no estaba garantizado que una mujer pudiera subir al trono.

Tras conseguir la nulidad del matrimonio con Catalina de Aragón, Enrique VIII contrajo matrimonio con Ana Bolena con quien tuvo una única hija viva (Isabel I) y un hijo muerto. Esto hizo que su matrimonio corriera la misma suerte que el primer matrimonio del monarca. Fue el arzobispo Cranmer quien declaró la nulidad del mismo. Ana fue condenada por traidora al rey y ejecutada con tan solo 29 años (mayo de 1536).
 
Tan solo un día mas tarde el rey se casó con Jane Seymour, una dama cortesana. Fue la única mujer que le dio un hijo con vida (Eduardo VI). Seymour murió muy joven, de sobreparto en octubre de 1537.
 
El monarca tuvo otros tres matrimonios posteriores, pero ninguno de esos tres matrimonios le reportó ya ningún descendiente.

El cuarto matrimonio fue arreglado por Cranmer y Crommwell, con Anna von Kleve. Pero ese matrimonio era a todas luces incompatible, y tras el proceso correspondiente, Cranmer lo anuló, y Crommwell fue considerado el responsable del fracaso político-matrimonial, por lo que fue encarcelado y decapitado (1540) por traidor.

Catalina Howard, también cortesana fue la siguiente mujer del rey. Esta vez fueron las infidelidades de ella las que abrieron el proceso de nulidad del matrimonio, y es que no estaban igual vistas las infidelidades del rey que las de ellas. Tras el proceso, fue decapitada en 1542.

Su última mujer ya había enviudado dos veces antes de contraer matrimonio con el rey. Era Catalina Parr, y también enviudó del rey. Terminó volviendo a casarse y murió de sobreparto.

jueves, 20 de octubre de 2011

Historia UCM David

Este blog está únicamente dedicado a colgar los trabajos que vaya realizando durante todo el curso, para evitar que nadie pueda hacer uso de ellos, puesto que ya estarán colgados bajo mi nombre en internet, y la gente podrá ser acusada de plagio.
Eso sí, todo el mundo tendrá la libertad de leer los mismos si lo consideran lo suficientemente interesesantes



Atentamente, David Rodriguez Gómez