domingo, 4 de agosto de 2013

Las Trece Rosas

Las Trece Rosas es el nombre que se dio a un grupo de trece muchachas que poco después de concluir la Guerra Civil, en la la madrugada del 5 de agosto de 1939 fueron fusiladas en el cementerio Este de Madrid. Este fue uno de los episodios más trágicos y desconocidos de la posguerra española. Un episodio que fue olvidado durante muchos años.

 

El final de la Guerra Civil

La historia de las Trece Rosas comenzó a cambiar a raíz del alzamiento nacional del 18 de julio de 1936, aunque no dio un giro real hasta las últimas fechas del mes de febrero de 1939, cuando se convirtieron en protagonistas de la resistencia al bando que estaba a punto de vencer en la Guerra Civil, ya que en ese moento, el Buró Político (máximo órgano de dirección del Partido Comunista Español) se reunió por última vez en Madrid, para ver qué hacer en caso de que la capital no resistiera el ataque del bando franquista, lo cual parecía inevitable.

La decisión que tomaron fue la más cobarde posible, la de preparar la evacuación del mayor número posible de dirigentes del partido y dejar la organización en manos de militantes de segundo nivel, con la intención de que la mantuvieran con vida. La tarea de estos nuevos dirigentes sería la de tratar de ayudar a los militantes que quedaran en el interior del país, mientras que desde el exilio, los dirigentes esperarían acontecimientos y decidirían que hacer.

Cuando el 28 de marzo las tropas de Franco entraron en la capital, casi todos los dirigentes del PCE ya habían abandonado el país, quedando un grupo de muchachos a cargo del partido y de las Juventudes Unidas Socialistas. Esos jovenes serían los mismos que ya se habían batido contra el enemigo en los frentes de Brunete y Guadalajara. Su objetivo sería el de ayudar a los compañeros presos, también a sus familias, y buscar refugio a los perseguidos. Lo principal en aquellos últimos coletazos de la Segunda República era esconderse y después ver si se localizaba gente que estuviese dispuesta a seguir en la lucha.

Nueva dirección en las JSU

Una vez ocupada Madrid, con el consiguiente final de la Guerra Civil, las Juventudes Socialistas Unificadas trataron de reorganizarse clandestinamente. En los últimos compases de la guerra, la práctica totalidad de los dirigentes del PCE y de las JSU habían abandonado el país, por lo que la dirección de las JSU recaería en las manos de un chaval de apenas 21 años de edad, José Pena Brea.

Con el nuevo gobierno, Madrid se convirtió en una ciudad inhóspita y peligrosa para los comunistas y republicanos. En la capital las delaciones estaban a la orden del día, ya que denunciar era una obligación patriótica, como si fuera una forma de extirpar el cáncer del comunismo y, especialmente, era la forma más clara demostrar la simpatía por el nuevo régimen.

La capital era barrida, calle por calle, en busca de enemigos del nuevo gobierno con un odio sin precedentes, y de esta forma, por delación, José Pena fue detenido, conducido a la comisaría del Puente de Vallecas, en donde fue torturado durante varios días, hasta que se vio obligado a dar todos los nombres que conocía de la organización, antes de firmar una declaración preparada. En los siguientes días fueron cayendo todos sus compañeros que, a su vez, supusieron una gran fuente de revelaciones para la policía, provocando nuevas detenciones. Las Trece Rosas se encontrarían entre esas nuevas y numerosas detenciones. Ellas fueron conducidas en primer lugar a instalaciones policiales, donde fueron torturadas, para posteriormente ser trasladadas a una prisión.

El destino era la prisión de Ventas, una moderna prisión de ladrillos rojos y paredes encaladas, que había sido inaugurada en 1933 como un centro pionero para la reinserción de reclusas. Ese moderno centro de reinserción fue transformado por los vencedores en un enorme almacén humano en el que se hacinaban más de 4.000 mujeres, cuando su capacidad máxima era de poco más de 400 personas. En esas condiciones cualquier lugar era usado como dormitorio en un lugar donde convivían mujeres de cualquier edad, desde niñas hasta ancianas. En aquella prisión sólo tenían derecho a una comida al día, que podía ser de mañana o bien de madrugada, a lo que se unían unas condiciones insalubres de higiene, lo que provocaba enfermedades entre las reclusas. Pero aquello poco le importaba al nuevo régimen.

De esta forma se había dictado la sentencia a muerte para la organización clandestina, que cayó, sin tener ninguna posibilidad de reorganización. Cuando cayó, muchos de los detenidos aún no habían podido siquiera integrarse en la organización o acababan de hacerlo. A la captura de los militantes ayudó el hecho de que los ficheros de militantes del PCE y las JSU no habían podido ser destruidos, debido al golpe de Estado del coronel Casado, y fueron requisados por los militares franquistas al ocupar Madrid. Una de las principales personas que provocaron la caída de la organización fue Roberto Conesa, un policía infiltrado en la organización. Consea posteriormente sería comisario de la Brigada Político-Social franquista y ocuparía un cargo importante en la policía en los primeros años de la democracia.

Torturas

Todos los detenidos eran interrogados a los pocos días de llegar a la comisaría, teniendo lugar los interrogatorios durante madrugada, para que el interrogado no pudiese conciliar el sueño y así conseguir una confesión rápida, dando igual la veracidad de esta. De esos interrogarios solían escaparse unos gritos terribles, producto de la tortura a la que sometían al interrogado. La tortura podía ir desde baños de agua fría a corrientes eléctricas en muñecas o dedos de los pies, y fue una práctica normal con los detenidos políticos, práctica introducida en España por los miembros de la Gestapo que se habían desplazado al país.

Esas torturas físicas se incrementaban en el caso de las mujeres, ya que también eran sometidas a vejaciones, con las que buscaban su derrumbe psicológico. A muchas de ellas se las cortó completamente el pelo, e incluso les quitaron las cejas, para, de esta forma, tratar desposeerlas de su feminidad y que ante ello se derrumbasen. En esas condiciones vivieron todas y cada una de las detenidas por el nuevo régimen. Entre ellas se encontrarían, por supuesto, las que a partir del 5 de agosto serían conocidas como Las Trece Rosas.

Condenas a muerte

Los hechos se precipitaron el 29 de julio, cuando el comandante de la Guardia Civil e inspector de la policía militar de la 1ª Región Militar y el encargado del Archivo de Masonería y Comunismo, Isaac Gabalón, junto con su hija de 18 años y su chófer, fueron asesinados por tres militantes de las JSU en Talavera de la Reina.

Se celebró el juicio por el asesinato unos días más tarde, el 3 de agosto (expediente número 30.426) en donde fueron juzgados 57 mientos de las JSU, entre las que se encontraban 14 mujeres (las Trece más Antonia Torres, fusilada en febrero de 1940). En el juicio se dictaron 56 penas de muerte, librándose de la pena capital momentáneamente la citada mujer. Entre los acusados se encontraban los tres asesinos de Isaac Gabalón, pero muchos de los condenados ya se encontraban detenidos con anterioridad al asesinato y fueron acusados de reorganizar las JSU y el PCE para cometer actos delictivos contra el orden social y jurídico de la nueva España, y fueron condenados por adhesión a la rebelión.

Julia Conesa, una de las chicas más jóvenes de las Trece Rosas, en sus últimas horas de vida, tuvo la serenidad y la oportunidad de poder escribir una última carta a su familia. Esa carta fue escrita en la noche del 4 de agosto, apenas unas horas antes de ser fusilada por defender sus ideas. El contenido de la carta era el siguiente:

“Madre, hermanos, con todo el cariño y entusiasmo os pido que no me lloréis nadie. Salgo sin llorar. Cuidar a mi madre. Me matan inocente, pero muero como debe morir una inocente.
Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada.
Adiós, madre querida, adiós para siempre.
Tu hija, que ya jamás te podrá besar ni abrazar.

Julia Conesa

Besos para todos, que ni tú ni mis compañeros lloréis.
Que mi nombre no se borre en la historia.”


La práctica totalidad de las ejecuciones (incluidas las trece chicas) tuvo lugar durante la madrugada del 4 al 5 de agosto de 1939, junto a la tapia del Cementerio de la Almudena de Madrid, a apenas medio kilómetro de la prisión de las Ventas. Los asesinos de Gabalón serían fusilados al día siguiente. De las trece jóvenes asesinadas, siete aún eran menores de edad en el momento de su condena y fusilamiento, ya que no habían alcanzado los 21 años en que se fijaba esa mayoría de edad.

El delito de estas mujeres había sido defender la legalidad de la República frente el alzamiento militar del 18 de julio de 1936 y todas ellas, salvo Blanca Brisac, la mayor de todas, con 29 años y siendo la única casada y con un hijo de 11, militaban en la JSU, en el PCE, o en ambas organizaciones a la vez. Ni eran protagonistas ni lo pretendían, aunque los acontecimientos les reservasen ese papel en la historia.

Las Trece Rosas

Luisa Rodríguez de la Fuente. 18 años. Entró en las Juventudes Socialistas Unificadas en 1937, sin llegar a ocupar ningún cargo. Le propusieron crear un grupo, pero solo pudo convencer a su primo antes de su detención. Reconoció su militancia durante la guerra, pero después de la misma. Fue la primera de las Trece Rosas en ingresar en la prisión de Ventas, en abril de 1939. 

Victoria Muñoz García. 18 años. Se afilió a los 15 años a las JSU. Perteneció al grupo de Chamartín, ya que era la hermana de Gregorio Muñoz, responsable militar del grupo de ese sector. Llegó a Ventas el 6 de junio de 1939.

Virtudes González García. 18 años. En 1936 se afilió a las JSU, donde conoció a Vicente Ollero, quien se convertiría en su novio. Fue detenida el 16 de mayo de 1939 denunciada por un compañero suyo, que se encontraba bajo tortura.

Adelina García Casillas. 19 años. Era hija de un guardia civil y fue militante de las JSU. Le mandaron una carta a su casa afirmando que sólo querían hacerle un interrogatorio ordinario. Se presentó de manera voluntaria, y jamás regresó a su casa. Ingresó en prisión el 18 de mayo de 1939.

Julia Conesa Conesa. 19 años. Aunque nació en Oviedo, se traslado a vivir a Madrid con su madre y sus hermanas. Se afilió a las JSU por las instalaciones deportivas a finales de 1937, donde se ocupó de la monitorización de estas. Pronto encontró un empleo como cobradora de tranvías, ya que su familia necesitaba dinero, y dejó el contacto con las JSU. Fue detenida en mayo de 1939 siendo denunciada por un compañero de su "novio". La detuvieron cosiendo en su casa.

Elena Gil Olaya. 20 años. Ingresó en las JSU en 1937. Al acabar la guerra comenzó a trabajar en el grupo de Chamartín, hasta que tuvo lugar su detención.

Dionisia Manzanero Salas. 20 años. Se afilió al Partido Comunista Español en abril de 1938, después de que un obús matara a su hermana y a unos chicos con los que jugaba en un descampado. Al acabar la guerra fue el enlace entre los dirigentes comunistas en Madrid. Fue detenida el 16 de mayo de 1939.

Carmen Barrero Aguado. 20 años. Trabajaba desde los 12 años, para ayudar a mantener a su familia, ya que su padre murió, siendo ellos nueve hermanos, de los cuales cuatro eran menores de edad. Se convirtió en militante del PCE, y tras la guerra, fue la responsable femenina del partido en Madrid. Fue detenida el 16 de mayo de 1939.

Ana López Gallego. 21 años. Fue militante de las JSU y secretaria del radio de Chamartín durante la Guerra. Una vez acabada la guerra, su novio, también comunista, le propuso irse a Francia, pero ella decidió quedarse con sus tres hermanos menores en Madrid. Fue detenida el 16 de mayo, aunque no se la trasladaría a la cárcel de Ventas hasta casi un mes más tarde, el 6 de junio. La leyenda ha transmitido que no murió en la primera descarga y que por ello preguntó en tono jocoso: "¿Es que a mí no me matan?"

Joaquina López Laffite. 23 años. Se afilió a las JSU en septiembre de 1936. Se le encomendó la secretaría femenina del Comité Provincial clandestino. Sería denunciada por el número dos de las JSU, Severino Rodríguez, y detenida  en la relevante fecha del 18 de abril de 1939 en su casa. Sus hermanos también serían detenidos. La llevaron a un chalet, acusada de ser comunista, pero ignorando el cargo que ostentaba. Joaquina reconoció su militancia durante la guerra, pero no en aquel momento, una vez concluida la guerra. No sería llevada a Ventas hasta el 3 de junio, a pesar de haber sido de las primeras detenidas.

Martina Barroso García. 24 años. Cuando concluyó la guerra comenzó a participar en la organización de las JSU de Chamartín. Fue detenida cuando se dirigía al abandonado frente de la Ciudad Universitaria a buscar armas y municiones, hecho que estaba prohibido. Aún pueden conservarse alguna de las cartas originales que escribió a su novio y a su familia desde la prisión. 

Pilar Bueno Ibáñez. 27 años. Se afilió al Partido Comunista Español al poco de estallar la Guerra Civil, y trabajó como voluntaria en las casas-cuna. Fue nombrada secretaria de organización del radio Norte. Al acabar la guerra se encargó de la reorganización del Partido en ocho sectores de Madrid. Sería detenida el 16 de mayo de 1939.

Blanca Brisac Vázquez. 29 años. Fue la mayor de las Trece Rosas, aunque no tenía militancia política. Era pianista, católica y votante de derechas, con un hijo que mantener. Fue detenida por relacionarse con un músico perteneciente al Partido Comunista. Escribió una carta a su hijo en la madrugada del 5 de agosto de 1939, carta que no le sería entregada por su familia hasta 16 años más tarde. La carta aún se conserva.


Saludos a todos!!

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