sábado, 31 de agosto de 2013

Simo Häyhä, la muerte blanca

En el transcurso de la Segunda Guerra mundial hubo una figura en el ejército que adquirió una gran importancia. Ese tipo de soldado no iba a ser otro que el tirador de élite, los francotiradores, o también conocidos como mensajeros de la muerte, ya que se camuflaban durante horas, sin moverse, esperando a su objetivo, para de una sola bala mortal, acabar con él.
 
En la guerra hubo varios francotiradores célebres, siendo el más conocido de todos ellos el tirador soviético Vasili Zaitzev. Tal fama alcanzó el tirador de los Urales que su actuación durante la Batalla de Stalingrado fue llevada al cine de la mano de  Jean-Jacques Annaud en la película Enemigo a las Puertas, siendo interpretado por Jude Law. Otro francotirador que alcanzó gran fama, aunque de existencia no probada, fue Heinz Thorvald, que adoptó el seudónimo de Erwin Konig, también representado en la mencionada película, interpretado por Ed Harris. Pero entre todos los francotiradores que hubo en la guerra, uno destaca muy por encima del resto, el finlandés Simo Häyhä.
 

La Guerra de Invierno

Entre el 30 de noviembre de 1939 y el 14 de marzo de 1940, un país de gran extensión, pero escasa población, Finlandia, luchó ferozmente contra la invasión de la Unión Soviética, en la llamada Guerra de Invierno, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. En el transcurso de esa Guerra de Invierno, destacó la figura de Simo Häyhä, quien en la guerra se convirtió en uno de los héroes de la nación. Un héroe anónimo.
 
En 1934 Finlandia y la Unión Soviética habían firmado un pacto de no agresión. Ese pacto se mantuvo vigente hasta que Stalin, que ambicionaba el Istmo de Carelia, una estrecha franja de tierra que separa el lago Ládoga en Rusia del golfo de Finlandia, decidió atacar al país finlandés. Los finlandeses, por supuesto, no iban a estar dispuestos a desprenderse de una parte tan importante de su país. Entablaron negociaciones ambos países, pero estas fracasaron en el mes de octubre, debido a las exigencias soviéticas. Finlandia comenzó, entonces, a prepararse para la guerra, llamando a filas a los pocos reservistas que podían encontrarse en el país.
 
El 30 de noviembre de 1939, veinte divisiones soviéticas, acompañadas de un gran aparato blindado y centenares de aviones, se lanzaban a la invasión del país finés. Las insuficientes nueve divisiones finlandesas (unos 130.000 hombres) se vieron sorprendidos y poco pudieron hacer ante el avance soviético. Los finlandeses, además, se encontrarían en solitario para defender su país, ya que Hitler se negó a proporcionarles ayuda, y tampoco posibilitó que Italia desplazase su ayuda a través de su país.
 
Finlandia se había quedado sola, no tendría ningún tipo de ayuda, y aún así, la feroz defensa que hicieron de su país esas escasas fuerzas, les hizo entrar en los anales de la historia. La defensa del país comenzaría en el propio Istmo de Carelia. En esa zona se encontraría ubicado el 34º regimiento de infantería finlandés, al cual pertenecía Simo Häyhä, un tirador de élite que iba a brillar con luz propia en esa corta, pero intensa contienda contra los soviéticos.
 
Finlandia resistió en una lucha titánica los ataques soviéticos hasta marzo de 1940, cuando el debilitamiento de su maltrecho ejército, sin reservas posibles, le hizo buscar un acuerdo de paz con la Unión Soviética. Finalmente el 12 de marzo se elaboró un tratado de paz, mediante el cual Finlandia se veía obligada a ceder 10% de su territorio, además de dotar con el 20% de su capacidad industrial a la Unión Soviética. La numantina resistencia finlandesa había durado 105 días.
 

Simo Häyhä

Simo Häyhä había nacido un 17 de diciembre de 1905, en la región de Rautjärvi, situada entre Rusia y Finlandia. Nació en el seno de una famila de granjeros humilde, y esa fue su profesión hasta que a punto de cumplir los 20 años, tuvo que alistarse en el ejército de su país, Finlandia, para realizar el servicio militar obligatorio. En el ejército demostró su gran precisión en el tiro, pero optó por no hacer carrera una vez que había acabado el servicio militar. Cuando acabó su servicio, volvió a su casa, para seguir ayudando a su familia en el trabajo en el campo. Allí en su región se mantuvo, trabajando en su granja, hasta que la Unión Soviética decidió atacar su país.
 
Fue entonces cuando Häyhä decidió coger su rifle, finlandés pero de origen ruso, un M/28 Pystykorva, y combatir contra los soldados del ejército invasor. Como arma de soporte usaría un Suomi M-31 SMG, un subfusil de mas corto alcance Las temperaturas en las que iba a defender sus territorios se encontrarían entre los 20 y 40 grados bajo cero. Un auténtico infierno helado.
 
El letal francotirador finés era una persona de corta estatura, pues apenas alcanzaba el 1´60 de altura. Sus ropas de camuflaje para el combate eran completamente blancas, y sus técnicas de supervivencia fueron simples, pero verdaderamente arriesgadas; usaba miras de acero, en vez de miras telescópicas, debido a que al usar una de estas últimas, el francotirador debe alzar su cabeza, lo que unido a que la luz del sol podría reflejarse en la lente, podían hacer que su posición fuese desvelada. Otra técnica muy sofistica fue el ponerse nieve en la boca, para que el vaho producido por su respiración no le delatase.
 

Operaciones ofensivas contra La muerte blanca

Debido a sus múltiples hazañas diarías, la fama de Simo no hizo sino crecer y crecer entre las filas del ejército enemigo. Se estaba convirtiendo en una figura que atormentaba y desmoralizaba a las tropas rojas, que le pusieron el sobrenombre de de “Belaya smert” (La muerte blanca). Esa fama hizo que el Ejército Rojo decidiera poner precio a su cabeza.
 
Los altos mandos soviéticos organizaron operaciones de ataque con el fin de acabar con la vida de este francotirador finlandés que se estaba convirtiendo en el azote del Ejército Rojo. En primer lugar enviaron escuadrones para encontrar y matar a Häyhä, pero el pequeño tirador acabó con todos. Después formaron un escuadrón de contra-snipers, (grupo de francotiradores), los cuales se toparon con Häyhä, acabando este con la vida de todos ellos. Esto demostró la superioridad técnica y táctica de Simo Häyhä.
 
Hubo uno de los repetidos intentos soviéticos que estuvo apunto de acabar con Häyhä. Ese intento que por poco no fue exitoso fue durante un ataque de artillería, cuyos fragmentos consiguieron rasgar la parte posterior del abrigo del tirador finés, revelando con ello su posición. Pero Simo consiguió salir ileso del ataque.
 
Sin embargo, el 6 de marzo de 1940, a punto de concluir la guerra, Häyhä recibió un disparo. Una bala expansiva impactó en la zona izquierda de su barbilla, durante un enfrentamiento de corto rango. A pesar de sus heridas Häyhä pudo apuntar y acabar con sus adversarios antes de caer inconsciente en el suelo. Simo fue recogido por sus compañeros, quienes lo trasladaron lo más rápidamente posible a un centro médico. Simo permaneció grave durante varios días, pero consiguió recuperar la conciencia el 13 de marzo, el día siguiente a la firma de la paz entre su país y la Unión Soviética.
 

La vida después de la Guerra

Después de haber sido herido en el restro en los últimos días de guerra, a Häyka le costó varios años el recuperarse de las heridas, puesto que la bala expansiva había destrozado su mandíbula y le había hecho perder parte de su mejilla izquierda. Cuando se recuperó, después de la guerra, retomó su oficio de cazador de alces y criador de perros, con notable éxito.
 
Simo Häyhä, la muerte blanca, acabó falleciendo finalmente el 1 de abril del año 2002, a los 96 años de edad. Había vivido sus últimos años de vida en una villa llamada Roukolahti, situada en el sureste de Finlandia, muy próxima a la frontera con Rusia. Pocos años antes, en 1998 se le había preguntado como se había convertido en tan buen tirador, respondiendo el anciano con un simple “Práctica”. Cuando se le preguntó si lamentaba haber matado a tantas personas él contestó “Yo solo hice lo que me dijeron que hiciera lo mejor que pude”.
 

Simo Häyhä, la leyenda

Las cifras que se atribuyen a Häyhä hablan de 542 muertos (505 confirmados) y más de 150 heridos, hasta sobrepasar con creces las 700 bajas causadas en el enemigo. Todo ello en apenas 105 días que había durado la Guerra de Invierno. Esas cifras hacen de Häykä el mejor tirador de élite de la historia en número de bajas por día.
 
Al comenzar el enfrentamiento bélico, Simo Häyhä era un simple soldado de infantería. Al poco tiempo fue ascendido a Cabo, debido a sus méritos de guerra. Su intervención fue imprescindible para rechazar a los enemigos durante la Campaña en el río Kollaa, debido a lo cual recibió el rango de Teniente Segundo, y sería condecorado por el oficial Carl Gustaf Emil Mannerheim con la Cruz de Kollaa y la Cruz de Plata. Ningún otro soldado en la historia militar en Finlandia ha progresado en rango tan rápido como lo hizo durante la Guerra de Invierno Simo Häyhä, la muerte blanca.


Saludos a todos!!

lunes, 12 de agosto de 2013

Thích Quảng Đức, el monje que se inmoló

A comienzos de los años sesenta, Vietnam era un país mayoritariamente budista, ya que aproximadamente tres de cada cuatro habitantes del país profesaban esa religión. Como contraposición a esta mayoría, el presidente Ngô Dình Diêm era miembro de una minoría católica, e implementó políticas bastante imparciales en el país.

Diêm fue acusado de favorecer, tanto en los servicios públicos y militares, como en la asignación de tierras, acuerdos comerciales o beneficios fiscales a los sectores católicos del país. Incluso se llegó a decir que el presidente hizo comentarios a alguno de sus oficiales sobre que los católicos eran mucho más fiables. Fue por ese motivo que muchos miembros de  las Fuerzas Armadas de la República de Vietnam se convirtieron al catolicismo, por creer que sus aspiraciones como militares dependían de aquello.

Además, la distribución de armamento para las milicias de los pueblos se realizaba solamente entre católicos y budistas que adoptasen esta religión. Algunos sacerdotes católicos formaron sus propios ejércitos privados, convirtiendo a las personas por la fuerza, realizando saqueos y destruyendo pagodas en ciertas áreas, actos que el gobierno no detuvo. También sucedió que algunas aldeas budistas se convirtieron en masa al catolicismo, con el objetivo de recibir ayuda o evitar ser deportados por el régimen de Diệm.

Por otra parte, los católicos no realizaban el trabajo forzado al que sí estaban obligados el resto de los ciudadanos, además de recibir de manera desproporcionada la ayuda humanitaria proveniente de otros países. La Iglesia Católica poseía grandes extensiones de tierra dentro del país, gozando de ciertos beneficios, como facilidades en la adquisición de propiedades, además de que sus territorios no fueron incluidos dentro de la reforma agraria. La bandera del Vaticano era izada en los eventos públicos más importantes del país, y Diệm entregó a su país a la Virgen María en 1959.

Todo este cúmulo de situaciones hizo que el descontento fuese progresivamente en aumento, por parte budista, hasta que este estalló a principios de mayo de 1963, con motivo de la prohibición de izar la bandera budista en el Vesak (día en que se celebra la existencia e iluminación de Buda Gautama). Días antes, a los católicos se les había permitido izar la bandera del Vaticano para celebrar el aniversario del arzobispo Ngo Dinh Thuc, hermano de Diệm. Una gran cantidad de personas protestó contra la prohibición, izando banderas budistas en Vesak y realizando una marcha frente a la estación de radiodifusión del gobierno. El 8 de mayo de 1963, fuerzas del gobierno dispararon contra la gente, muriendo como consecuencia de esos disparos hasta nueve personas. Diệm se negó a asumir la responsabilidad, y culpó al Vietcong de las muertes, lo que degeneró en un mayor número de protestas.

Muerte del monje

Dentro de ese contexto de protestas generales, el 10 de junio de 1963, se informó, por parte de un portavoz de los budistas, a los corresponsales estadounidenses que algo muy importante iba a tener lugar al día siguiente, frente a la embajada de Camboya en Saigón. Muchos periodistas ignoraron el aviso del portavoz, pero un pequeño número de ellos sí que acudió al lugar que les habían indicado al día siguiente.

En la mañana del 11 de junio de 1963, en el lugar indicado por el portavoz budista, en el cruce del Boulevard Pahn Dinh Phung y la calle Le Van Duyet, situado sobre el centro de la ciudad de Saigón (actualmente Ho Chi Minh) se encontraban algunos periodistas, incluído el fotógrafo Malcolm Browne, de 30 años, tratando de obtener la primicia sobre aquello tan importante que iba a suceder en aquel lugar.

Aquel día de junio, Thích Quảng Đức, un monje de 70 años llegó a una concurrida calle en automóvil, precedido por un séquito de más de 300 monjes, que portaban pancartas en inglés y en vietnamita, en las que reclamaban contra el gobierno de Diệm y las políticas adoptadas contra los budistas, exigiendo que cumpliera con sus promesas sobre la igualdad religiosa. Đức se apeó del automóvil al tiempo que otro monje colocaba una almohada en el suelo. Se sentó sobre la almohada, en posición de loto, mientras otro monje rociaba con un bidón de gasolina al anciano. Tras pronunciar las palabras "Homenaje a Buda", el anciano encendió una cerilla y se prendió fuego.

Los policías que se encontraban en las inmediaciones intentaron acercarse para apagar las llamas, pero la multitud no lo permitió. El silencio predominaba en la escena, y la mayor parte de la gente, al igual que hiciera el monje, durante aquellos minutos, no se movió. Finalmente, tras unos diez minutos, el cuerpo de Thích Quảng Đức cayó y el fuego bajó su intensidad. Unos monjes se acercaron al cadáver y lo cubrieron con túnicas amarillas. Levantaron el cuerpo e intentaron meterlo en un ataúd. En él lo llevaron a la padoga de Xa Loi, situada en el centro de Saigón. Fuera de la misma, habían desplegado pancartas escritas en inglés y vietnamita con la leyenda: "Un monje budista se ha quemado en favor de nuestras peticiones". Unos mil monjes se reunieron en la pagoda, mientras una multitud de estudiantes hacía una barrera humana fuera del edificio.

Las palabras del periodista, allí presente, David Halberstam, relatan perfectamente la situación en el momento del suicidio: "Las llamas venían de un ser humano; su cuerpo se marchitaba y secaba lentamente, su cabeza se ennegrecía. Detrás de mí pude escuchar los sollozos de los vietnamitas que se reunían a su alrededor. Mientras se quemaba nunca movió un músculo, nunca pronunció un sonido". Halberstam, en conjunto con Brownce, ganó al año siguiente el prestigioso Premio Pulitzer por una imagen que dio la vuelta al mundo, una imagen que se convirtió en símbolo de la libertad de un pueblo.

Las últimas palabras de Thích Quảng Đức habían quedado guardadas en una carta que escribió antes de suicidarse:
"Antes de cerrar los ojos y dirigirme hacia la figura de Buda, suplico respetuosamente al presidente Ngô Đình Diệm que tenga compasión de los habitantes de la nación y que desarrolle una igualdad religiosa que mantenga la fuerza de la patria para siempre. Llamo a los venerables, reverendos, miembros de la sangha y predicadores budistas para que se organicen y hagan sacrificios con el objetivo de proteger el budismo."

Las impactantes fotografías tomadas por Malcolm Browne dieron la vuelta al mundo en cuestión de minutos, copando las portadas de todos los periódicos. El sacrificio que había cometido fue considerado como el punto clave de la crisis religiosa y que significó el colapso del régimen que dirigía el país en ese momento.

Funeral y Simbolismo

El funeral de Đức se fijó para el 15 de junio. Cerca de cuatro mil personas se reunieron a las afueras de la padoga de Xa Loi, pero la ceremonia tuvo que ser pospuesta. Finalmente el 19 de junio el cuerpo del monje sería trasladado a un cementerio que se encontraba ubicado a 16 kilómetros de la ciudad. Tras la firma del acuerdo, la policía y líderes budistas decidieron limitar el número de asistentes al funeral a sólo 400 monjes.

El cuerpo del monje fue cremado en el funeral, conforme al ritual budista, y en la cremación, supuestamente, su corazón se mantuvo intacto. Por ello el órgano fue considerado sagrado y se guardó en un cáliz de vidrio en la famosa pagoda de Xa Loi. Thích Quảng Đức pasó a ser reverenciado por los budistas vietnamitas.

Sin embargo, este funeral no fue el último acto en el que se vieron involucrados los restos de Thích Quảng Đức. Pocas semanas después, concretamente el 21 de agosto, las Fuerzas Especiales de Nhu atacaron Xa Loi y varias pagodas más de Vietnam. Ese ataque tenía como objetivo confiscar las cenizas del monje, pero la urna había sido tomada previamente por dos monjes, quienes huyeron de los soldados. A pesar de esto, los hombres de Nhu lograron apoderarse del corazón de Thích Quảng Đức.

Repercusiones por la muerte

Previamente al suicidio, Diệm había planificado para el día de autos un gabinete de emergencia, con objeto de discutir la crisis budista, aunque según él, ya se estaba calmando. Sin embargo, tras la muerte de Thích Quảng Đức, de forma inexplicable, Diệm canceló la reunión y conversó individualmente con sus ministros.

Tras este suicidio, el gobierno de Estados Unidos varió drasticamente su política para con ese país, y con su presidente a la cabeza, presionó al presidente vietnamita para que reabriera las negociaciones, después de haberle apoyado en todas sus decisiones en los meses anteriores. El embajador de Estados Unidos en Vietnam, alertó al ministro Nguyen Dinh Thuan que el gobierno debía llegar a un acuerdo, ya que la situación acercaba de manera peligrosa al punto de ruptura. Con ello esperaba que Diệm acogiera las exigencias de los budistas. El Secretario de Estado de los Estados Unidos, a su vez, advirtió a la embajada de Saigón que la Casa Blanca rompería públicamente las relaciones con el régimen si esto no ocurría. Finalmente el acuerdo entre el gobierno y los budistas fue firmado el 16 de junio.

El presidente estadounidense John F. Kennedy, cuyo gobierno había apoyado al régimen de Diệm, declaró ante los medios que "ninguna otra fotografía en la historia de la prensa ha generado tanta conmoción en el mundo como esta". Aunque la idea de derrocar al presidente ya había sido tomada previamente, el suicidio de Thích Quảng Đức fue el detonante. Las horas del gobierno de Diệm estaban contadas, y era cuestión de tiempo que este cayese, una vez que Estados Unidos le había retirado, indirectamente, su apoyo.
 

Reacción del gobierno de Vietnam

Diệm se dirigió el mismo día del suicidio al país, para expresar su preocupación por la naturaleza del evento. En dicho discurso apeló a la serenidad y patriotismo de los ciudadanos, anunciando que reabriría las negociaciones con los budistas. Explicó que las negociaciones estaban progresando de buena manera. También advirtió que los extremistas habían tergiversado los hechos y afirmó que los budistas podían confiar en la Constitución, es decir, en él. Las Fuerzas Armadas de la República de Vietnam respondieron al llamamiento apoyando a Diệm, para mantener aislados a los oficiales disidentes. Sin embargo, la declaración sólo fue una manera de esconder los planes para derrocar al presidente.

Por su parte, la esposa de Ngo Dinh Nhu, que estaba considerada como la primera dama de la República de Vietnam en aquel momento, comentó que "aplaudiría si veía el espectáculo de otro monje a la barbacoa". Este comentario no hizo sino aumentar el descontento de los budistas. A finales de junio, el gobierno sostuvo que Thích Quảng Đức fue drogado antes de ser obligado a suicidarse. El régimen incluso acusó a Browne de haber sobornado al monje budista para que realizara dicho acto.

Influencia en las protestas por la Guerra

La imagen de Thích Quảng Đức quemándose supuso un gran impacto para todo Occidente, pero no así para Asia, ya que allí este tipo de sacrificios eran bastante más comunes de lo que se pudiera pensar. El acto de quemarse se venía realizando en Vietnam desde hacía siglos, habitualmente en honor a Buda Gautama. La reiterada práctica de este tipo de sacrificio por parte de los monjes budistas (o bonzos) llevó a que este tipo de suicidio fuese conocido como quemarse a lo bonzo.

Apenas unos meses después de que Thích Quảng Đức se quemase, otros cinco monjes budistas usaron el mismo tipo de procedimiento y se auto-inmolaron en octubre de 1963, con el pretexto de las protestas, que aún continuaban en el país. Poco tiempo más duraron estas, ya que el 1 de noviembre, las Fuerzas Armadas del país dieron un Golpe de Estado contra Diệm y su gobierno. El presidente fue encarcelado, y al día siguiente tanto él como Nhu fueron asesinados.

Posteriormente, y ya fuera de Vietnam, el quemarse a lo bonzo se puso bastante de moda en las protestas en Estados Unidos contra la Guerra de Vietnam, y varias personas se prendieron fuego a sí mismos. La primera activista que, protestando contra la guerra, se auto-inmoló fue Alice Herz, una mujer de 82 años. Esto tuvo lugar durante el mes de marzo de 1965. Meses más tarde, en noviembre sería Norman Morrison, de 31 años, quien se prendería fuego bajo la ventana del Secretario de Defensa en el Pentágono. Roger Allen Laporte haría lo propio apenas una semana más tarde que Norman, pero en su caso, frente al edificio de las Naciones Unidas, en Nueva York. En octubre de 1967 sería Florencia Beaumont quien se quemase frente al Edificio Federal de Los Ángeles. El último ejemplo fue el de George Winne Jr, un estudiante que se autoinmoló en el campus de la Universidad de California.


Saludos a todos!!

domingo, 4 de agosto de 2013

Las Trece Rosas

Las Trece Rosas es el nombre que se dio a un grupo de trece muchachas que poco después de concluir la Guerra Civil, en la la madrugada del 5 de agosto de 1939 fueron fusiladas en el cementerio Este de Madrid. Este fue uno de los episodios más trágicos y desconocidos de la posguerra española. Un episodio que fue olvidado durante muchos años.

 

El final de la Guerra Civil

La historia de las Trece Rosas comenzó a cambiar a raíz del alzamiento nacional del 18 de julio de 1936, aunque no dio un giro real hasta las últimas fechas del mes de febrero de 1939, cuando se convirtieron en protagonistas de la resistencia al bando que estaba a punto de vencer en la Guerra Civil, ya que en ese moento, el Buró Político (máximo órgano de dirección del Partido Comunista Español) se reunió por última vez en Madrid, para ver qué hacer en caso de que la capital no resistiera el ataque del bando franquista, lo cual parecía inevitable.

La decisión que tomaron fue la más cobarde posible, la de preparar la evacuación del mayor número posible de dirigentes del partido y dejar la organización en manos de militantes de segundo nivel, con la intención de que la mantuvieran con vida. La tarea de estos nuevos dirigentes sería la de tratar de ayudar a los militantes que quedaran en el interior del país, mientras que desde el exilio, los dirigentes esperarían acontecimientos y decidirían que hacer.

Cuando el 28 de marzo las tropas de Franco entraron en la capital, casi todos los dirigentes del PCE ya habían abandonado el país, quedando un grupo de muchachos a cargo del partido y de las Juventudes Unidas Socialistas. Esos jovenes serían los mismos que ya se habían batido contra el enemigo en los frentes de Brunete y Guadalajara. Su objetivo sería el de ayudar a los compañeros presos, también a sus familias, y buscar refugio a los perseguidos. Lo principal en aquellos últimos coletazos de la Segunda República era esconderse y después ver si se localizaba gente que estuviese dispuesta a seguir en la lucha.

Nueva dirección en las JSU

Una vez ocupada Madrid, con el consiguiente final de la Guerra Civil, las Juventudes Socialistas Unificadas trataron de reorganizarse clandestinamente. En los últimos compases de la guerra, la práctica totalidad de los dirigentes del PCE y de las JSU habían abandonado el país, por lo que la dirección de las JSU recaería en las manos de un chaval de apenas 21 años de edad, José Pena Brea.

Con el nuevo gobierno, Madrid se convirtió en una ciudad inhóspita y peligrosa para los comunistas y republicanos. En la capital las delaciones estaban a la orden del día, ya que denunciar era una obligación patriótica, como si fuera una forma de extirpar el cáncer del comunismo y, especialmente, era la forma más clara demostrar la simpatía por el nuevo régimen.

La capital era barrida, calle por calle, en busca de enemigos del nuevo gobierno con un odio sin precedentes, y de esta forma, por delación, José Pena fue detenido, conducido a la comisaría del Puente de Vallecas, en donde fue torturado durante varios días, hasta que se vio obligado a dar todos los nombres que conocía de la organización, antes de firmar una declaración preparada. En los siguientes días fueron cayendo todos sus compañeros que, a su vez, supusieron una gran fuente de revelaciones para la policía, provocando nuevas detenciones. Las Trece Rosas se encontrarían entre esas nuevas y numerosas detenciones. Ellas fueron conducidas en primer lugar a instalaciones policiales, donde fueron torturadas, para posteriormente ser trasladadas a una prisión.

El destino era la prisión de Ventas, una moderna prisión de ladrillos rojos y paredes encaladas, que había sido inaugurada en 1933 como un centro pionero para la reinserción de reclusas. Ese moderno centro de reinserción fue transformado por los vencedores en un enorme almacén humano en el que se hacinaban más de 4.000 mujeres, cuando su capacidad máxima era de poco más de 400 personas. En esas condiciones cualquier lugar era usado como dormitorio en un lugar donde convivían mujeres de cualquier edad, desde niñas hasta ancianas. En aquella prisión sólo tenían derecho a una comida al día, que podía ser de mañana o bien de madrugada, a lo que se unían unas condiciones insalubres de higiene, lo que provocaba enfermedades entre las reclusas. Pero aquello poco le importaba al nuevo régimen.

De esta forma se había dictado la sentencia a muerte para la organización clandestina, que cayó, sin tener ninguna posibilidad de reorganización. Cuando cayó, muchos de los detenidos aún no habían podido siquiera integrarse en la organización o acababan de hacerlo. A la captura de los militantes ayudó el hecho de que los ficheros de militantes del PCE y las JSU no habían podido ser destruidos, debido al golpe de Estado del coronel Casado, y fueron requisados por los militares franquistas al ocupar Madrid. Una de las principales personas que provocaron la caída de la organización fue Roberto Conesa, un policía infiltrado en la organización. Consea posteriormente sería comisario de la Brigada Político-Social franquista y ocuparía un cargo importante en la policía en los primeros años de la democracia.

Torturas

Todos los detenidos eran interrogados a los pocos días de llegar a la comisaría, teniendo lugar los interrogatorios durante madrugada, para que el interrogado no pudiese conciliar el sueño y así conseguir una confesión rápida, dando igual la veracidad de esta. De esos interrogarios solían escaparse unos gritos terribles, producto de la tortura a la que sometían al interrogado. La tortura podía ir desde baños de agua fría a corrientes eléctricas en muñecas o dedos de los pies, y fue una práctica normal con los detenidos políticos, práctica introducida en España por los miembros de la Gestapo que se habían desplazado al país.

Esas torturas físicas se incrementaban en el caso de las mujeres, ya que también eran sometidas a vejaciones, con las que buscaban su derrumbe psicológico. A muchas de ellas se las cortó completamente el pelo, e incluso les quitaron las cejas, para, de esta forma, tratar desposeerlas de su feminidad y que ante ello se derrumbasen. En esas condiciones vivieron todas y cada una de las detenidas por el nuevo régimen. Entre ellas se encontrarían, por supuesto, las que a partir del 5 de agosto serían conocidas como Las Trece Rosas.

Condenas a muerte

Los hechos se precipitaron el 29 de julio, cuando el comandante de la Guardia Civil e inspector de la policía militar de la 1ª Región Militar y el encargado del Archivo de Masonería y Comunismo, Isaac Gabalón, junto con su hija de 18 años y su chófer, fueron asesinados por tres militantes de las JSU en Talavera de la Reina.

Se celebró el juicio por el asesinato unos días más tarde, el 3 de agosto (expediente número 30.426) en donde fueron juzgados 57 mientos de las JSU, entre las que se encontraban 14 mujeres (las Trece más Antonia Torres, fusilada en febrero de 1940). En el juicio se dictaron 56 penas de muerte, librándose de la pena capital momentáneamente la citada mujer. Entre los acusados se encontraban los tres asesinos de Isaac Gabalón, pero muchos de los condenados ya se encontraban detenidos con anterioridad al asesinato y fueron acusados de reorganizar las JSU y el PCE para cometer actos delictivos contra el orden social y jurídico de la nueva España, y fueron condenados por adhesión a la rebelión.

Julia Conesa, una de las chicas más jóvenes de las Trece Rosas, en sus últimas horas de vida, tuvo la serenidad y la oportunidad de poder escribir una última carta a su familia. Esa carta fue escrita en la noche del 4 de agosto, apenas unas horas antes de ser fusilada por defender sus ideas. El contenido de la carta era el siguiente:

“Madre, hermanos, con todo el cariño y entusiasmo os pido que no me lloréis nadie. Salgo sin llorar. Cuidar a mi madre. Me matan inocente, pero muero como debe morir una inocente.
Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada.
Adiós, madre querida, adiós para siempre.
Tu hija, que ya jamás te podrá besar ni abrazar.

Julia Conesa

Besos para todos, que ni tú ni mis compañeros lloréis.
Que mi nombre no se borre en la historia.”


La práctica totalidad de las ejecuciones (incluidas las trece chicas) tuvo lugar durante la madrugada del 4 al 5 de agosto de 1939, junto a la tapia del Cementerio de la Almudena de Madrid, a apenas medio kilómetro de la prisión de las Ventas. Los asesinos de Gabalón serían fusilados al día siguiente. De las trece jóvenes asesinadas, siete aún eran menores de edad en el momento de su condena y fusilamiento, ya que no habían alcanzado los 21 años en que se fijaba esa mayoría de edad.

El delito de estas mujeres había sido defender la legalidad de la República frente el alzamiento militar del 18 de julio de 1936 y todas ellas, salvo Blanca Brisac, la mayor de todas, con 29 años y siendo la única casada y con un hijo de 11, militaban en la JSU, en el PCE, o en ambas organizaciones a la vez. Ni eran protagonistas ni lo pretendían, aunque los acontecimientos les reservasen ese papel en la historia.

Las Trece Rosas

Luisa Rodríguez de la Fuente. 18 años. Entró en las Juventudes Socialistas Unificadas en 1937, sin llegar a ocupar ningún cargo. Le propusieron crear un grupo, pero solo pudo convencer a su primo antes de su detención. Reconoció su militancia durante la guerra, pero después de la misma. Fue la primera de las Trece Rosas en ingresar en la prisión de Ventas, en abril de 1939. 

Victoria Muñoz García. 18 años. Se afilió a los 15 años a las JSU. Perteneció al grupo de Chamartín, ya que era la hermana de Gregorio Muñoz, responsable militar del grupo de ese sector. Llegó a Ventas el 6 de junio de 1939.

Virtudes González García. 18 años. En 1936 se afilió a las JSU, donde conoció a Vicente Ollero, quien se convertiría en su novio. Fue detenida el 16 de mayo de 1939 denunciada por un compañero suyo, que se encontraba bajo tortura.

Adelina García Casillas. 19 años. Era hija de un guardia civil y fue militante de las JSU. Le mandaron una carta a su casa afirmando que sólo querían hacerle un interrogatorio ordinario. Se presentó de manera voluntaria, y jamás regresó a su casa. Ingresó en prisión el 18 de mayo de 1939.

Julia Conesa Conesa. 19 años. Aunque nació en Oviedo, se traslado a vivir a Madrid con su madre y sus hermanas. Se afilió a las JSU por las instalaciones deportivas a finales de 1937, donde se ocupó de la monitorización de estas. Pronto encontró un empleo como cobradora de tranvías, ya que su familia necesitaba dinero, y dejó el contacto con las JSU. Fue detenida en mayo de 1939 siendo denunciada por un compañero de su "novio". La detuvieron cosiendo en su casa.

Elena Gil Olaya. 20 años. Ingresó en las JSU en 1937. Al acabar la guerra comenzó a trabajar en el grupo de Chamartín, hasta que tuvo lugar su detención.

Dionisia Manzanero Salas. 20 años. Se afilió al Partido Comunista Español en abril de 1938, después de que un obús matara a su hermana y a unos chicos con los que jugaba en un descampado. Al acabar la guerra fue el enlace entre los dirigentes comunistas en Madrid. Fue detenida el 16 de mayo de 1939.

Carmen Barrero Aguado. 20 años. Trabajaba desde los 12 años, para ayudar a mantener a su familia, ya que su padre murió, siendo ellos nueve hermanos, de los cuales cuatro eran menores de edad. Se convirtió en militante del PCE, y tras la guerra, fue la responsable femenina del partido en Madrid. Fue detenida el 16 de mayo de 1939.

Ana López Gallego. 21 años. Fue militante de las JSU y secretaria del radio de Chamartín durante la Guerra. Una vez acabada la guerra, su novio, también comunista, le propuso irse a Francia, pero ella decidió quedarse con sus tres hermanos menores en Madrid. Fue detenida el 16 de mayo, aunque no se la trasladaría a la cárcel de Ventas hasta casi un mes más tarde, el 6 de junio. La leyenda ha transmitido que no murió en la primera descarga y que por ello preguntó en tono jocoso: "¿Es que a mí no me matan?"

Joaquina López Laffite. 23 años. Se afilió a las JSU en septiembre de 1936. Se le encomendó la secretaría femenina del Comité Provincial clandestino. Sería denunciada por el número dos de las JSU, Severino Rodríguez, y detenida  en la relevante fecha del 18 de abril de 1939 en su casa. Sus hermanos también serían detenidos. La llevaron a un chalet, acusada de ser comunista, pero ignorando el cargo que ostentaba. Joaquina reconoció su militancia durante la guerra, pero no en aquel momento, una vez concluida la guerra. No sería llevada a Ventas hasta el 3 de junio, a pesar de haber sido de las primeras detenidas.

Martina Barroso García. 24 años. Cuando concluyó la guerra comenzó a participar en la organización de las JSU de Chamartín. Fue detenida cuando se dirigía al abandonado frente de la Ciudad Universitaria a buscar armas y municiones, hecho que estaba prohibido. Aún pueden conservarse alguna de las cartas originales que escribió a su novio y a su familia desde la prisión. 

Pilar Bueno Ibáñez. 27 años. Se afilió al Partido Comunista Español al poco de estallar la Guerra Civil, y trabajó como voluntaria en las casas-cuna. Fue nombrada secretaria de organización del radio Norte. Al acabar la guerra se encargó de la reorganización del Partido en ocho sectores de Madrid. Sería detenida el 16 de mayo de 1939.

Blanca Brisac Vázquez. 29 años. Fue la mayor de las Trece Rosas, aunque no tenía militancia política. Era pianista, católica y votante de derechas, con un hijo que mantener. Fue detenida por relacionarse con un músico perteneciente al Partido Comunista. Escribió una carta a su hijo en la madrugada del 5 de agosto de 1939, carta que no le sería entregada por su familia hasta 16 años más tarde. La carta aún se conserva.


Saludos a todos!!