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viernes, 13 de septiembre de 2013

Los hermanos Göring. Ángel y demonio

El nombre de la familia Göring se encuentra inevitablemente asociado al nazismo y al Tercer Reich. Eso se debe a Hermann Göring, Mariscal del Reich, y segundo hombre en importancia de la cúpula nazi. Debido a su notoria posición, la historia de Hermann es sobradamente conocida. Sin embargo, muy poca gente tiene conocimiento de Albert, quien, a pesar de ser su hermano pequeño, podría decirse que era su antítesis, pues dedicó su vida durante los años del nazismo, a salvar la de decenas de judíos y disidentes políticos.

Hermann Göring nació un 12 de enero de 1893 en Rosenheim. Albert, por su parte, nació un 9 de marzo de 1895 en el suburbio berlinés de Friedenau, siendo él el quinto hijo de un notorio diplomático alemán. El padre de ambos, Heinrich Göring se casó en dos ocasiones. Del primer matrimonio nacieron tres hijos, y una vez que murió su primera esposa, se casó con Franzeska "Fanny" Tiefenbrunn, una joven casi 30 años menor que Heinrich, con quien tuvo a Hermann y a Albert Göring.

Debido a su trabajo, Heinrich se encontraba ausente del hogar durante largos periodos. En esos largos periodos de tiempo, su esposa Fanny conoció a un hombre del que se enamoró perdidamente, Ritter Hermann von Eppenstein, un famoso y adinerado médico austríaco de orígen judío. Este hombre estuvo presente en el nacimiento de ambos hijos menores de Heinrich, anunciando durante el nacimiento del segundo de ellos, Albert, que él iba a ser el padrino de la criatura.

¿Por qué un amigo de la mujer iba a ser el padrino del niño recién nacido?
Ese médico austríaco, von Eppenstein, era uno de los invitados habituales de la familia Göring, especialmente en el Castillo de Burg Veldestein. Allí se alojaba siempre en una de las habitaciones más lujosas del complejo. Habitación que abandonaba todas las noches para visitar la de Fanny. Estó creó los rumores de que Albert era el fruto de esta aventura, a lo que se unió que mientras Hermann había heredado los ojos penetrantes de la madre, además de una fisonomía similar a la del padre, Albert tenía los mismos ojos marrones que el médico, además de que cuando fue creciendo, su físico se asemejó mucho al de este último. Pero, según parece, Heinrich Göring hizo la vista gorda a esa hipotética infidelidad de su esposa.

Aunque crecieron juntos y tenían muy buen trato entre ambos, Hermann y Albert no podían ser más diferentes en su infancia. Hermann era un chico rebelde, inquieto, era el líder dentro de su grupo de amigos, y que tuvo que estudiar en varias escuelas diferentes, por su carácter, hasta que fue ingresado en la escuela militar. Allí se encontró como pez en el agua. Albert, al contrario que su hermano, parecía un niño triste, solitario, que siempre prefirió un libro a cualquier otra cosa. Eso sin duda era influencia de su padrino.

Desde su misma infancia los dos hermanos fueron separando sus caminos de manera inevitable. Albert sirvió como ingeniero de comunicaciones en la Primera Guerra Mundial, para, una vez concluida, matricularse en 1919 en la Universidad Técnica de Munich, para estudiar ingeniería mecánica. Allí se encontró con alguno de los futuros líderes del Tercer Reich, entre  los que se encontraría el mismísimo Heinrich Himmler, por entonces un estudiante de agronomía. Mientras tanto, Hermann había sido un héroe de guerra al que habían privado de sus derechos. Por ello comenzó a moverse en el ambiente de las cervecerías de Munich, en las que se escuchaban críticas contra el gobierno de Weimar y las reparaciones impuestas a la Alemania de la posguerra por el Tratado de Versalles. Entre los más críticos, un joven orador del que Hermann quedó prendado. Ese joven orador se llamaba Adolf Hitler.
 

Doce años sin hablarse

El flechazo de Hermann por Hitler fue inmediato, y rápidamente comenzaron a realizar conspiraciones para acabar con la República de Weimar y colocarse ellos en el poder. Ese Golpe de Estado iba a tener lugar en 1923, en el Beer Hall Putsch de Munich, conocido como Putsch de la Cervecería. El Putsch resultó un auténtico fracaso, y en él, además, Hermann fue herido de bala en la ingle. Algunos milicianos de las SA consiguieron alejarlo del lugar de los hechos, y ante la difícil situación que se le planteaba, Hermann tuvo que huir con su mujer Karin a Austria. Escaparon ayudados, sorprendentemente, por una familia de judíos.

Los siguientes cuatro años de Hermann transcurrieron en el exilio. Después de un tiempo en Austria, marcharon a Italia. A finales de 1925 harían lo propio hacia Suecia y dos años después, gracias a una amnistía, pudo regresar a Alemania. En el extranjero fue donde se convirtió en un adicto a la morfina, debido a los dolores que le habían producido las heridas sufridas en el fallido Putsch de Munich. Dependió desde entonces de la morfina hasta casi el final de sus días.

Este período de exilio de Hermann supuso el inicio de doce años en los que los hermanos no hablaron prácticamente. Albert se sentía traicionado como hermano y representante de la familia ante los ideales políticos de su hermano mayor, los cuales rechazaba fervientemente, ya que odiaba a los nazis y desde el que alcanzó el poder dijo de Hitler que les llevaría a la guerra y la ruina. Hermann explicó que no se hablaron durante ese periodo debido a la actitud de Albert hacia el partido, no porque estuviesen enfrentados entre ellos.

Mientras Hermann permanecía en el exilio por su delito, Albert, ya era ingeniero mecánico, y hacía todo lo posible por distanciarse del nacionalsocialismo. En 1928 se trasladaría Albert a Austria, para trabajar como gerente de ventas de una compañía que fabricaba calderas de calefacción. También adquiriría la nacionalidad austriaca.


El reencuentro de los hermanos

Fue en 1938, con el Anschluss (la incorporación de Austria a Alemania) cuando los hermanos volvieron a encontrarse. Ese encuentro, doce años después, tuvo lugar en la casa de campo que Albert tenía en Grinzing, al noroeste de Viena. Albert estaba agotado, ya que a sus actuaciones anteriores en pro de los judíos, sumó que desde que apareció por primera vez de la esvástica en Viena, se puso a organizar los visados ​​de salida de los judíos, junto con el dinero necesario.

Hermann, por su parte, a diferencia de su agotado hermano, se encontraba exultante con la anexión de Austria al Reich. Allí pronunció un escalofriante discurso incitando al antisemitismo. Exultante como estaba por su conquista política, le dijo a los miembros de su familia que les concedería un deseo que le pidiesen. Sus hermanos Albert y Olga le pidieron que interveniese en favor del Archiduque Jose Fernando de Austria, el último príncipe de Habsburgo y Toscana, que se encontraba detenido en el campo de concentración de Dachau. Eso enfureció y avergonzó al comandante de la Lutwaffe, aunque al día siguiente, el Archiduque ya se encontraba excarcelado.

Desde que Alemania ocupase el país, Albert tuvo constantes enfrentamientos con las SS. El primero de esos enfrentamientos fue con unas tropas que obligaban a unas ancianas judías a fregar arrodilladas las calles empedradas de la ciudad. Al tiempo que la gente se burlaba de las mujeres, Albert se quitó la chaqueta, le cogió a una de las mujeres su cepillo y se arrodilló ocupando el sitio de ella. Las SS inmediatamente intervinieron, pidiéndole los papeles. “Cuando les mostró los papeles, detuvieron el espectáculo” aclararía uno de los transeuntes años más tarde. Si hubiera sido cualquier otra persona quien hubiera hecho eso, inmediatamente habría sido fusilado, pero no iba a ser el caso de un Göring.

Poco tiempo después, se encaró nuevamente con las SS, las cuales se estaban riendo de una anciana a la que habían colocado con un cartel en un escaparate. En el cartel se podía leer soy una cerda judía. La estaban exhibiendo en el escaparate de la tienda de su propio hijo. En esas que Albert, que se encontraba paseando por la calle, observó la escena y decidió actuar. El hombre entró en la tienda y le quitó el cartel a la mujer y la acompañó a la puerta. A la salida, la respuesta del oficial de las SS no se hizo esperar, y pidiéndole la documentación. Albert echó mano al bolsillo y sacó su documento. El oficial miró el carnet de identidad, leyó el nombre del sujeto al que cerraba el paso, e inmediatamente se apartó pidiendo disculpas. Acababa de leer el nombre de Albert Göring, el hermano de Hermann, el número dos del régimen nazi. Albert pudo llevarse a la anciana sin ningún tipo de resistencia.

Otra de las actuaciones de Albert fue después de haber sido trasladado a Praga, como nuevo director de exportación de Skoda. Fue estando en Praga cuando escribió un folio con membrete oficial en el que puso simplemente Göring y en el que se exigía que se liberara a Josef Charvát, médico y miembro de la resistencia. El destino del folio era el campo de Dachau. El comandante, al leer el apellido liberó a los dos doctores Charvát que se encontraban en el campo. De ese modo, el líder comunista había quedado libre.
 

Albert, en el ojo del huracán

Debido a sus actividades, comenzó la Gestapo a acumular una cifra considerable de informes en su contra. Se llegaron a emitir cuatro órdenes de detención a su nombre durante la guerra, pero sin embargo, nunca fue condenado. Su hermano, conocedor de sus activides, siempre acudió en su ayuda, a pesar del perjucio político que le ocasionaba. Albert comentó posteriormente que su hermano un día le dijo: “Allá tú si quieres ayudar a los judíos, pero por favor no me metas en dificultades irresolubles”. Y así lo hizo.

Desde 1939 las SS se mantuvieron al tanto de las  actividades que realizaba Albert. A partir de ese año fueron elaborando un amplio archivo con  documentos de sus actos de terrorismo. Albert era un enemigo público del Tercer Reich. Llego incluso a pasar por prisión en varias ocasiones, pero siempre era liberado a las pocas horas o días, llamada de Berlín mediante. No había nada que se pudiera hacer contra él, ya que su hermano mayor había extendido su mano protectora, pese a que nunca llegaron a hablar del tema. En un informe completo sobre sus actividades, fechado el 23 de octubre de 1944, se puede leer que resultaban llamativos sus frecuentes contactos con los círculos judíos, y que incluso estaba casado con una posible judía. Realmente Goering había contraído matrimonio con una eslava, un pueblo que los nazis consideraban infrahombres.

En 1944 Albert realizaría el más difícil todavía. Sería a comienzos del año cuando llegasen a su conocimiento las atrocidades que cometían los nazis en los campos de concentración, por lo que trató de salvar a los presos del campo de Theresienstadt (Chequia). Albert llegó a la puerta del campo y exigió ver al jefe del mismo, diciendo que era Albert Göring, trabajador de Skoda y que necesitaba trabajadores. El jefe del campo no puso ninguna pega, por ser hermano de Hermann. Más tarde llevó a todos esos presos a un bosque de las inmediaciones, y los liberó.

Esta última intervención de Albert fue la gota que colmó el vaso en la paciencia de Himmler. En agosto de 1944, envió a un cable al Obergruppenführer de las SS Karl Hermann Frank, General de la policía de Praga, en el que solicitaba permiso para apresar a Albert, para que fuera interrogado. Su sentencia a muerte ya estaba firmada, puesto que desde Berlín habían remitido la orden de pegarle un tiro. Pero Hermann fue alertado de esa orden e hizo todo lo posible por salvar a su hermano. “Mi hermano me dijo entonces que era la última vez que me podía ayudar, su posición se tambaleaba, y que tuvo que interceder personalmente ante Himmler para suavizar todo el asunto”, declararía Albert más tarde, en los Juicios de Nüremberg.
 

La despedida

La última vez que ambos hermanos se reunieron fue en mayo de 1945, en una cárcel de tránsito en Augsburgo. Hermann había sido capturado por los estadounidenses, en un atasco en una carretera próxima a Radstadt, montado en su Mercedes acorazado. Albert, por su parte, se había entregado a los aliados el 9 de mayo en Salzburgo, contando con el abal de sus acciones humanitarias durante todo el periodo nazi. Pensaba, con bastante lógica, que por esas acciones sería liberado sin cargos en cuestión de horas. Sin embargo, en los interrogatorios nadie le creyó. En el patio de la cárcel de Augsburgo se verían por última vez. Allí se abrazaron y Hermann le dijo: “Lo siento mucho, Albert, ya que tú has tenido que sufrir tanto para mí. Tú vas a salir libre pronto, entonces encárgate de mi mujer y mi hijo… ¡Adiós!".
 
Pero ese deseo de Hermann no se cumplió y Albert pasó mucho tiempo en la cárcel, sin ser capaz de convencer a sus interrogadores acerca de su inocencia. Para ellos no había duda de su culpabilidad. Tras muchos meses de interrogatorios, Albert finalmente encontró a alguien que le escuchó, el mayor Victor Parker. A él entregó su lista titulada Personas cuya vida o existencia salvé poniéndome en riesgo. En esa lista el mayor Parker reconoció el nombre de su tía, la mujer de Franz Lehár, un compositor húngaro, por ello fue capaz de confirmar las afirmaciones de Albert.

Una vez confirmada su historia, todos los informes recomendaban su liberación, pero a pesar de ello fue enviado a Praga por si allí tenía crímenes de guerra. En Checoslovaquia llevar el apellido Göring prácticamente suponía una sentencia a muerte, por los crímenes allí cometidos por su hermano. Sin embargo, los empleados de Skoda y miembros de la resistencia checa declararon a favor del acusado. Ante esas pruebas, el tribunal no tuvo más remedio que declarar su inocencia y decretar su puesta en libertad en marzo de 1947, con 52 años de edad. Desde que se había entregado, aquel 9 de mayo de 1945 había tardado en ser puesto en libertad. Corría la primavera del año 1947 cuando por fin pudo reunirse nuevamente con su familia en Salzburgo.

Desde que fue liberado, irónicamente, no pudo conseguir trabajo debido a que no pudo sacudirse la sombra del apellido que su hermano había ensuciado. Pero a pesar de ello, se negó a renunciar al apellido. Consiguió diversos trabajos, bien como escritor, como dibujante o incluso traductor, pero siempre esporádicamente y mal pagado. Los últimos años de su vida los había pasado sobreviviendo gracias a los paquetes de comida que los judíos a los que había ayudado durante la guerra le enviaban. Pudo haberse cambiado el apellido, tal como hicieran numerosos nazis, sin embargo el prefirió no hacerlo, por lealtad a su padre. Albert habría considerado una traición renunciar al apellido de una persona que siempre le había tratado bien.

Albert se encontró sin nada en su nueva vida, y eso le condujo al alcoholismo e incluso a la infidelidad. Fue por ello por lo que su última esposa, la checa Mila, pidió el divorcio, y con ella se llevó a su única hija, Isabel, emigrando a Perú. Jamás volvió a ver o a hablar con su hija, la cual fue incapaz de responder a las cartas que le envió. Esto le hizo caer en la más absoluta depresión.

Albert finalmente murió a los 71 años de edad, el 20 de diciembre de 1966, sin dinero y sin ningún tipo de reconocimiento oficial (en 1952 el gobierno alemán le concedió una pensión de 82 marcos alemanes mensuales, por edad avanzada y desempleo. ). Murió víctima de un cáncer de páncreas,  en una casa de alquiler, con la casera con la que se había casado poco tiempo antes de morir para que ella pudiera disponer de la pensión que el gobierno le otorgaba. Su vida había sido sepultada por el terrible rastro de sangre que había dejado tras de sí su hermano. El cuerpo de Albert fue sepultado en el panteón familiar en Munich.


Saludos a todos!

domingo, 28 de julio de 2013

Landmesser, el hombre que plantó cara al régimen nazi

August Landmesser era un alemán nacido en Pinneberg (Ston) un 24 de mayo de 1910. Durante la Gran Guerra y posguerra que asoló a su país apenas era un niño. Fue en su juventud cuando tuvo grandes problemas para encontrar trabajo, al igual que le sucedía a la gran mayoría de alemanes, lo que, a pesar de no ser muy afín a los ideales del partido, le llevó a afiliarse al NSDAP (en Partido Nazi) en 1931, cuando este se encontraba en pleno ascenso y prometía revertir la situación que atravesaba Alemania. Se afilió con el fin de conseguir un trabajo estable. August finalmente consiguió un trabajo en Hamburgo, en los astilleros de Blohm und Voss.

August seguiría afiliado como miembro al NSDAP hasta 1935, cuando un suceso que contrariaría los deseos del régimen, obligó a expulsarle del partido. A pesar de ser expulsado del partido pudo conservar su trabajo en los astilleros de Blohm und Voss hasta el año 1938, año en que fue hecho prisionero por la Gestapo.
 
Ese suceso que contrarió al partido fue que el 21 de abril de 1935 se casó con Irma Eckler, una mujer de ascendencia judía. Ese matrimonio, hasta ese momento era totalmente legal, pero con la entrada en vigor de la Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes, el 15 de septiembre de ese mismo año, ese matrimonio fue declarado nulo, en virtud del primer artículo de esa ley. Esto colocaba a la pareja en una peligrosa posición frente al gobierno, ya que Landmesser se mantuvo fiel a sus ideales y mantuvo su relación con Irma, figurando desde aquel momento su relación como extraconyugal, lo que les hacía estar fuera de la ley y más cuando uno de los miembros de la pareja era de origen judío. Las dos hijas del matrimonio nacerían en octubre de 1935 y en julio de 1937, Ingrid e Irene, respectivamente.
 

Se negó a realizar el saludo nazi

August Landmesser pasó a la historia un 12 de junio de 1936, fecha en la que fue botado el velero de la Marina Alemana Horst Wessel (actualmente un barco escuela). Aquel día Adolf Hitler estaba presente en la botadura del velero cuando Landmesser se negó a realizar el saludo, tal como hicieran el resto de sus compañeros del astillero. Landmesser se quedó con los brazos cruzados ante el Führer de Alemania, como forma de protesta pacífica ante la injusticia que se estaba cometiendo con él, con su amada Irma, y con Ingrid, su hija recién nacida. Ese acto de insubordinación fue inmortalizado en una fotografía, sin que el protagonista de la misma lo supiese.

Desde entonces este hombre pasó a ser un ejemplo de coraje individual y objeción de conciencia, hasta tal punto fue ejemplo de resistencia al régimen nazi que durante la Segunda Guerra Mundial la fotografía fue lanzada sobre suelo alemán por los Aliados, apelando a los contrarios al régimen a que tomasen la misma actitud que el hombre de esa imagen, por aquel entonces, una persona anónima.
 

Campo de concentración y muerte

Después de numerosos juicios, Landmesser sería finalmente encarcelado y condenado en 1938, por violar el segundo artículo de la Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemanes. Mediante ese segundo artículo fue condenado por Rassenschande (deshonra de la raza), ya que con él quedaba prohibido el comercio carnal extramatrimonial entre judíos y ciudadanos de sangre alemana o afín, algo que Landmesser, con dos hijas, evidentemente no había cumplido. En virtud del quinto artículo de esa misma ley, fue condenado a la pena de prisión y trabajos forzados. Su mujer corrió idéndita suerte, siendo llevada inicialmente a Lichtenburg, para posteriormente trasladarla a Ravensbrück, en donde murió en enero de 1942 (ambos eran campos de concentración exclusivos para mujeres).
 
Una vez que August cumplió la pena a la que había sido condenado de dos años y medio de trabajos forzados en el campo de Börgermoor, fue liberado, pero debió continuar haciendo trabajos forzados en una fábrica de vehículos para el ejército, para más adelante, ser obligado a alistarse en el I Batallón de libertad condicional 999. Oficialmente a finales de ese año fue cuando se le perdió el rastro a August, sin embargo, se piensa que murió en alguna de las batallas de las que formó parte su batallón, siendo más que probablemente en la Península de Pelješac, Croacia, donde muriese, a inicios del año 1944. Fue oficialmente declarado como fallecido en 1949.
 
Las hijas, por su parte, fueron separadas al condenar a sus padres en los campos de concentración. A Ingrid, la hija mayor del matrimonio, se le permitió vivir y ser criada por su abuela materna, mientras que Irene, de apenas unos meses, se la llevó a un orfanato, y más tarde sería adoptada por una familia. Ambas hijas sobrevivieron a la guerra.

La fotografía en la actualidad

La identidad del hombre anónimo que aparecía en la fotografía con los brazos cruzados no sería conocida hasta décadas después de que finalizase el gran conflicto bélico. Sería en 1991 cuando, de forma totalmente casual, Irene vería en un diario alemán la fotografía, e identificaría como a su padre al hombre que tenía los brazos cruzados que durante tanto tiempo había permanecido en el anonimato.. Unos años después, la propia Irene escribiría la historia de su familia, con el objetivo de contar al mundo la terrible historia que habían tenido que vivir sus padres, y de como habían sido separados por el régimen nazi que asoló Alemania.

Esta fotografía puede ser contemplada actualmente en el centro de documentación Topografía del Terror, que se encuentra ubicado en la antigua calle Prinz Albrecht de Berlín, donde hasta 1945 se encontraban situadas las sedes centrales de la Gestapo, las SS, y la Oficina Central de Seguridad del Reich (la Reichssicherheitshauptamt).


Saludos a todos!!
 

lunes, 7 de noviembre de 2011

El silencio del Vaticano. Los Aliados

Está probado que nadie en Europa, incluida probablemente la mayoría del pueblo alemán, no valoró plenamente el abominable crimen de genociio que, con los judíos, alcanzaba a los gitanos y a los eslavos. Tal crimen no solo tenía precedentes y parecía imposible e increíble en el Siglo XX. Solo después de la guerra fueron descubiertas en amplitud desmesurada las dimensiones del drama. De golpe, a posteriori, ganaba todo su sentido la lucha contra el nazismo, quedaba justificada e incluso sacralizada. Al propio tiempo se hizo perceptible la debilidad de las reacciones de los países libres. En particular la falta de toda condena formal y pública por parte del Vaticano suscitó en unos una vehemente indignación y en otros una dolorosa sorpresa. Y, sin embargo, la Santa Sede había recibido, más que nadie, informaciones que no daban lugar a dudas: había sido alertada por polacos, ingleses, americanos y ... brasileños, y también por el Arzobispado de Belgrado, sin olvidar las informaciones que podía recibir directamente o por los italianos. Su silencio era más enojos porque la Iglesia estaba entonces en plena personificación del poder pontificio. Si la palabra del Papa es la fe y la ley, ¿qué decir de su silencio?

Sobre este punto, Pio XII estaba más atrás que su predecesor que, con la encíclica Mit Brennender Sorge, había condenado la violación de los acuerdos entre el Vaticano y el Reich, pero sin que esta condenación se extendiese al régimen nazi. El comportamiento del Cardenal Pacelli, convertido en Papa, estaba afectado de un coeficiente personal: nació en Alemania, había sido el artífice del Concordato con el III Reich; se había traido de Alemania a sus allegados domésticos y varios consejeros, lo que M. Nobecourt ha llamado la "germanocracia del Vaticano". Convertido en Secretario de Estado, con frecuencia había manifestado su predilección por el pueblo alemán, y había que leer entre líneas para percibir entre el pueblo y el régimen.

Además, cuando estalla la guerra, el Papa se conduce menos como la más elevada autoridad moral de Europa, que como jefe de un Estado que afirma su neutralidad, intentando guardar un equilibrio entre los dos bloques. O más bien con una inclinación hacía el Eje, que acaso imponía la mayoría italiana de los cardenales y el hecho de ser el Vaticano un enclave en territorio de la Italia fascista. En vísperas de la guerra, para preservar la paz, el Papa presiona a Polonia, el Estado más débil. A continuación no condenó los bombardeos de las ciudades inglesas, como tampoco la agresión contra Grecia y Yugoslavia; reconoció al gobierno de Eslovaquia, pero no al de Benes en el exilio; recibió a Pavelic, el asesino de los serbios. Es cierto que, en contrapartida, el Vaticano, de lejos, había favorecido el contacto entre alemanes antinazis y los ingleses; se había esforzado para que Italia no entrase en guerra; había evocado la resurección de la Polonia vencida y rehusado cualquier carácter de cruzada al ataque contra la URSS.

Tampoco se mantenía totalmente inactivo y silencioso. Una larga circular a los nuncios en febrero de 1941 señala los ataques contra la Iglesia en la Europa germanizada; el Papa prodigó los esfuerzos para salvar a los sacerdotes católicos deportados en Dachau; numerosas personas amenzadas , judíos incluidos, hallaron un asilo en el Vaticano o en las comunidades religioesas de Italia (por otra parte, igual asilo fue concedido a notables nazis o colaboradores, después de la derrota de Alemania). Esas intervenciones, siempre prudentes, se referían sólo a problemas estrcitamente religiosos y cuando eran en favor de judíos era porque éstos se habían convertido. Pero sobre las matanzas de judíos, rusos o serbios, nada se dijo nunca públicamente. En privado, el Papa se ha referido con frecuencia a su "aflicción", pero en público, deliberadamente, calla. Como mínimo esto era hacer pasar la defensa de los intereses de la Iglesia por delante de los más elementales princípios de humanidad, fundamento del Cristianismo.

Acerca de las razones de este silencio, tenemos que reducirnos a las hipótesis. En primer lugar, se puede constatar la falta total de ecumenismo en ese momento: las víctimas son sobre todo judíos y ortodoxos, o sea deicidas y disidentes rechazados por la Iglesia. Actuaba también el precendete de la neutralidad total de la Santa Sede durante el primer conflicto mundial, aún más rigurosa que en el segundo. En suma, el Papa era prisionero de una doctrina y de una larga prácitca - que no había existido siempre- que le impedía el intervenir en los asuntos de un Estado, que le obligaba, en cierta manera, a "dejar al César lo que es del César". ¿Pero no era el Cristianismo, por sus orígenes, la religión de los débiles, de los desgraciados y de las víctimas?

También puede ser tomado en consideración un cálculo de oportunidad o de probabilidad. Tomar partido contra Hitler, ¿no era arriesgarse a provocar su cólera y agravar la suerte de los que se quería salvar? Pero no se ve qué podían ver como peor los judíos. Sobre un tal "monstruo frío" de la política, ¿Cómo pesaría una intervención, despojada de toda sanción a una autoridad puramente moral? Acaso los 30 millones de católicos alemanes tendrían que sufrir las iras de Hitler si se mostraban buenos papistas y malos alemanes, o incluso se podía temer un cisma. En suma, el Papa estaba encerrado en un dilema: hablar sin tener la seguridad de detener el crimen y con el riesgo de agravarlo; o no hablar y cubrir los crimenes, o incluso, parecer que los absolvía inorándolos. Pío XII escogió el silencio.

Probablemente otra razón pesó más: el temor al bolchevismo ateo. Ya Pío XI, en la encíclica Divini redemptoris, había condenado sin equívoco al comunismo, en el mismo momento en que sólo arañaba al nazismo. Su sucesor no podía más que horrorizarse ante el provenir que prometía a la Iglesia una victoria de la URSS, empezando por la promoción al poder del Partido Comunista en la propia Italia. Entre dos males, igualmente temidos, el santo Padre escogía el menor. Pero ese conservadurismo anacrónico le colocaba en una posición de aislamiento respecto al mundo que se estaba gestando en la guerra, empezando por el desvío de la resistencia.

Lo que hay que añadir es que el Vaticano no fue sólo en mantenerse inactivo. La Cruz Roja Internacional no penetró en los campos de concentración más que in extremis, salvando únicamente a algunos supervivientes. Respecto a los Aliados, es verdad que, por radio, multiplicaron las amenazas; decidieron que después de la victoria serían juzgados los rciminales de guerra; en abril de 1943 tuvo lugar en las Bermudas una conferencia Anglo-americana para salvar las víctimas de la guerra. Pero cuando hubieses sido necesario pasar a la acción, el temor de disgustar a los árabes, el deseo de no proporcionar dinero o material a países ocupados por Alemania, las dificultades para albergar las víctimas, llevaron a la inacción. Puede ser citada una excepción: en 1944, varias decenas de millares de judíos fueron salvados en los Balcanes por un comité americano.

De esta forma murieron siete u ocho millones de víctimas inocentes ante el silencio de los unos y la inacción de los otros.


-MICHEL, Henri (1990); La II Guerra Mundial. Tomo I, los éxitos del Eje, Akal, Madrid